Piedra de toque, por Roberto Ochoa

“Desde niño soñé que algún día nuestro gran país tendría un Premio Nobel y Vargas Llosa nos dio esa satisfacción”.

Wikipedia nos dice que una piedra de toque es la que sirve para reconocer la pureza de un mineral. Y que como expresión “se utiliza para manifestar la importancia de algo o alguien, que puede determinar el valor o la autenticidad de una sustancia o, metafóricamente, una acción o expresión” (sic).

Y Piedra de toque es precisamente el nombre de la columna quincenal que, desde 1977, escribió Mario Vargas Llosa como para demostrar que nunca dejó de hacer periodismo.

Y debo reconocer que estas son las dos peores noticias del año que se va: primero fue saber que Le dedico mi silencio será su última novela y, ahora, comprobar que la de ayer fue su última Piedra de toque. Como escribió hace un par de años Fernando Vicente: “Si en sus novelas mantiene una neutralidad total frente a las acciones de sus personajes, en sus artículos siempre toma una posición, siempre despliega su escala de valores y sus convicciones para evaluar lo acontecido”.

Pienso en su despedida y no puedo evitar hacer un recuento de mi vida: Luego de leer Conversación en La Catedral, decidí dejar todo para dedicarme al periodismo con la esperanza de luego aterrizar en el paraíso literario. No fue más que un sueño juvenil, pero también una decisión de vida de la que jamás me arrepentiré. Y si de recuerdos se trata, nada como aquel 7 de octubre del 2010, cuando despertamos con la noticia de que mereció el Premio Nobel. Y también la del 9 de noviembre del 2015, cuando anunció que publicaría sus Piedra de toque en esta, nuestra casa editora.

Solo me queda darle las gracias. Desde niño soñé que algún día nuestro gran país tendría un Premio Nobel y Vargas Llosa nos dio esa satisfacción. Pero estamos en el Perú y aquí nos cuesta reconocer que tenemos grandes escritores como MVLl, J. M. Arguedas, Miguel Gutiérrez, Ribeyro, Ciro Alegría, Karina Pacheco, Rafael Dumett, Pilar Dughi, Gaby Wiener y un largo etcétera. No, aquí los reducimos al tamaño de nuestros rencores y apelamos al “fulano es mejor que zutano”, como si se tratara de la elección de un concurso de belleza.

Gracias por todo, Sartrecillo Valiente.