Una noche del último día de unas vacaciones de verano en Pacasmayo hubo una reunión en la casa de una chica a la que fui. Cuando dieron la una de la madrugada tuve que despedirme. En ese adiós se me iba la vida, la armonía de los días venideros de invierno y de colegio de hombres cuando pensara en mis tortuosas relaciones con las mujeres. Sí, todo eso en juego ponía en mi adolescencia.
Cierra lindo este verano, me propuse, todo está en orden. Despídete bonito. Me acerqué a la dueña de la casa, a la chica que me gusta y que me miraba dándome alguna esperanza por la que nunca me atreví a peguntar, a sus amigas, a mis amigos, mis primos, primas. Abrazos, besos, un adiós lindo, de película, mi película. Salí de la casa, la brisa marina tomaba el malecón, las luces del muelle apenas se veían.
Seguí caminando hasta la subida que daba a la casa de mis abuelos. En ese tramo, me percaté de que había dejado olvidada mi casaca en la reunión. Tengo que regresar, me dije. Pero no puedo regresar, pensé, no debo. No voy a regresar, zanjé. No voy a tocar el timbre después de esa despedida tan buena. No voy a poner en riesgo el recuerdo de ese momento mágico, de esa despedida soñada, tan cálida, tan prometedora, que ya se había consumado. No me van a ver en la puerta, luego ingresando a la sala a buscar la prenda olvidada, mirando a las mismas personas de las que ya me había despedido, pero ya sin el aura de una partida.
PUEDES VER: El clásico del apagón, por René Gastelumendi
No quise permitir que un descuido de mi parte malogre la magia, la paz y la armonía que habían logrado en algo, aparentemente tan simple, mis retazos de existencia. Seguí caminando y cuando llegué a la casa de mis abuelos, llamé a la puerta y salió mi abuela, mi abuela tan sobreprotectora. Pensé que no se iba a dar cuenta de mi olvido. Craso error, pues por mi casaca fue lo primero que me preguntó. Entonces mentí, quise proteger el adiós, el adiós de hacía instantes. –Me la robaron en el camino, le dije.
Me asaltaron y la entregué, continué, para que no surja la más mínima posibilidad de regresar por ella. Preocupé a mi abuela, más de la cuenta. El regreso a Lima, la mañana siguiente, fue en el auto de unos tíos y estuve pensando en ese adiós. Cuando llegué a mi casa, mi vieja estaba con cara de pocos amigos. Se había enterado de mi mentira. La mamá de la chica que hizo la reunión, mientras yo viajaba a Lima, había llamado a mi abuela para decirle que había olvidado mi casaca.
Chongazo familiar exagerado, mas mi adiós quedó intacto. PD: Querido padrino, no tengo nada nuevo que decir, no pregunto, estoy desarmado, como cada vez que te veo, no te molesto, no te incomodo, fluyo, como este adiós que comienza y no terminará nunca.
René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.