(*) Profesor PUCP
Este domingo, finalmente, se sabrá si la Argentina –tan entrañable, tumultuosa y a la vez señera– se lanza a los brazos de una ultraderecha ríspida, desatada, vitriólica. O si, sin querer queriendo, vuelve a ese cajón de sastre (o desastre) que es el peronismo, donde se puede encontrar casi de todo, como en botica bonaerense. Este domingo, el país de Borges ya no será el mismo.
Ya no lo es, desde hace varios años, y si bien las crisis son habituales en las sociedades latinoamericanas, el proceso político que se viene literalmente sufriendo en el sureño vecino es de dimensiones colosales. No únicamente porque hay crisis económica, sino, y sobre todo, porque no se encuentra el hilo político, la puntada institucional que alivie, el tango sin angustia.
Javier Milei es un chirrido que ha venido a agitar el cotarro, con sus locuras ahora controladas, con sus propuestas tremebundas. Se ha maquillado bien para esta segunda vuelta, pero, en el fondo y en los hechos, sigue siendo el francotirador de siempre: tumbar el Banco Central, sacudir el edificio estatal hasta niveles desconocidos, pelearse con países que no le gustan.
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En el último debate, más allá de su prudencia, apareció un rasgo típico de él que es quizás el más preocupante: solo yo sé cómo arreglar las cosas, los demás son la casta, la fórmula es solo mía, abajo “la casta”. Fue sintomático que sus hoy aliados (y antes odiados) de Juntos por el Cambio no lo acompañaran ese día crucial, como para no quemarse en vivo junto con él.
Él ya es parte de la casta contra la que dispara sin piedad, al punto que en su camino al balotaje se ha unido con algunos perros, pericotes y gatos de los más rancios clanes políticos argentinos. Sergio Massa también lo es, más claramente, aun cuando hoy quiera descafeinarse en nombre de la unidad nacional y tomando una distancia estratégica y evidente del clan Kirchner.
¿Quién encarna entonces al “todos se vayan” que resuena desde hace tiempo desde el Río de la Plata hasta Salta? La realidad cruel es que, en rigor, nadie. Tal vez porque eso es sencillamente imposible. Porque cualquier posibilidad de cambio vendrá con los huesos de la mañosería, del aura de la corrupción, del afán de hacer que la política sea siempre una feria de intereses.
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Con todo, resulta visible, patente, que votar por un personaje que habla con sus perros muertos, que escucha ruidos y es a menudo irascible, no parece el mejor expediente. Ya no por motivos políticos únicamente, sino por elemental sensatez. Al otro lado están Massa y el peronismo, con todos sus males y tics, con sus fracasos, aunque ofreciendo un mínimo consenso.
Como fuere, resulta urgente que el voto de este domingo no sea en clave de –como reza con angustia la legendaria letra de ‘Cambalache’– que “el mundo fue y será una porquería”. Porque la siguiente estación es el abismo, algo que no se merecen los argentinos de todo origen y casta. Si algo ha de esfumarse luego de estas elecciones tormentosas, que sea la desesperanza.
Lic. en Comunicación y Mag. en Estudios Culturales. Cobertura periodística: golpe contra Hugo Chávez (2002), acuerdo de paz con las FARC (2015), funeral de Fidel Castro (2016), investidura de D. Trump (2017), entrevista al expresidente José Mujica. Prof. de Relaciones Internac. en la U. Antonio Ruiz de Montoya y Fundación Academia Diplomática. Profesor de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Fundación Academia Diplomática.