Los extremos suelen fantasear con eliminar, con desaparecer de la faz de la Tierra todo aquello que se les oponga en palabra, obra u omisión. Desde a quienes ostentan ideologías políticas contrarias, a quienes tal vez no, pero lo parecen, hasta, por supuesto, a los criminales, que sería lo más racional dentro de esta pulsión aniquiladora.
Los criminales, parcela infectada de la sociedad a la que la mayoría, desde nuestras distintas orillas, quisiéramos anatematizar, ciertamente. En lo que no hay consenso es en los métodos, en los medios, para combatir la criminalidad, ya sea esta terrorismo, delincuencia organizada o delincuencia común. El atajo, la fuerza, la ilegalidad, la venganza, el responder con la misma moneda a las lacras sociales se torna irresistible si todo ello lo personaliza, además, un gobernante al que percibimos como superhéroe o como aquel padre que, aunque autoritario, nos proteja y, sobre todo, tome las decisiones que nosotros no queremos tomar y asuma las responsabilidades que nosotros no queremos asumir.
La catarsis ciudadana que implica el ver sufrir a quien hace sufrir, castigarlo, es imbatible. Hay casos como el de Fujimori o Bukele, que son dos ejemplos inobjetables de resultados concretos, de derrota del enemigo, más allá de los problemas de fondo que fueron y siguen siendo el caldo de cultivo para que germinen tales enemigos, apenas una versión coyuntural de fracturas más profundas, acaso incurables, de origen, que generan un conflicto perpetuo. Violando la democracia se derrotó al terrorismo en el caso peruano y se está derrotando a las maras en el caso salvadoreño.
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Aquello da popularidad y legitimidad y, por lo tanto, poder y ganas de más poder. Un poder que, como si estuviese escrito en la biblia de la ciencia política, en piedra, tarde o temprano degenera en dictadura, copamiento de las instituciones, crisis, fracaso. Pasó con Fujimori y está pasando con Bukele. La represión, la mano dura, alivia, temporalmente, los efectos de un temor demasiado atávico como para proponer reflexión y principios. ¿Cuál es el precio? ¿Es la democracia capaz de derrotar a la estadística “menor” de los daños colaterales? ¿Hay éxitos de derrota de la delincuencia, al corto plazo, sin atropellar la democracia? ¿Cuánto tiempo se puede esperar?
René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.