¿Qué he aprendido a lo largo de 20 años de viaje por el Perú? Afirmar mi identidad y desde lo íntimo y personal, reconocer la diversidad cultural de nuestro país. Es importante asumir lo que somos y a donde pertenecemos, definir con claridad qué nos hace únicos y especiales. Eso debería darnos las herramientas para atrevernos a trascender nuestra cultura y apreciar la del otro sin prejuicio ni discriminación.
Así que cuando nos preguntemos qué nos caracteriza, qué nos identifica, en un rápido examen de identidad, podríamos dar algunas respuestas que nos enlazarán con quienes también sienten lo mismo o consideran suyo lo que nosotros hemos hecho nuestro. Ese es el origen de la comunidad y de la reciprocidad, sentirnos parte de algo y generar vínculos eternos. Volvernos empáticos ante cada escenario e involucrarnos en un diálogo real que aspira a unirnos y no a separarnos.
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La cultura y la creatividad logran ponernos en espacios seguros para entender y poner en práctica muchas acciones a favor de nosotros y del bienestar general. Todavía, en nuestros pueblos y ciudades, nos juntamos para celebrar y hacemos de esa celebración un acto común, que nos involucra y nos hace protagonistas.
Esa es el alma, el espíritu que despierta. Estamos rodeados de monumentos, pero lo que nos aviva es la leyenda, la danza, la música, las historias alrededor de una pieza artesanal, los rituales, la fiesta. Ese viento que nos trae lo inmaterial a nuestra vida en ese lugar donde hemos nacido.
Dicen que las mujeres y hombres Ese’eja vivían en el cielo. Un día empezaron a hacer hilo para tejer una soga gruesa. Cuando estuvo lista, todos hicieron una fila y uno por uno inició el descenso. A Jetewí, la lechuza, no le gustó y picó la soga. Mucha gente cayó a la tierra, pero otros tuvieron que volver al cielo. Desde ese día los Ese’eja viven aquí y lo que aprendieron para ser felices fue gracias al mono Icháhi.
Comunicadora Social. Creadora del programa de televisión Costumbres. Personalidad Meritoria de la Cultura desde el 2015.