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Moverse un poquito, por Rosa María Palacios

‘¿Cuántas muertes más quieren?’, es la oferta presidencial. Y días después, las elecciones adelantadas ‘están cerradas’.

Los políticos suelen decir que no creen en las encuestas de opinión pública, como si la estadística fuera un asunto de fe y no de ciencia. Pero las leen y las conocen. Pueden vivir un tiempo en negación, otro en estado de ira y pueden tratar de negociar mentalmente sus resultados para excusar sus fracasos. Sus números los pueden hacer pasar por todas las etapas del duelo, pero al final del día, ningún político con un mínimo de instinto de sobrevivencia, tomaría una decisión sin considerar el impacto que estas tendrán en la gente que pretende gobernar.

Hay tres números que han logrado un inmenso consenso en el Perú en los últimos seis meses. La desaprobación del Gobierno de Dina Boluarte, la desaprobación del Congreso y el adelanto de elecciones. Estamos hablando de alrededor del 80% del país de acuerdo. No es poca cosa que 4 de cada 5 peruanos mayores de edad desaprueben al Ejecutivo y Legislativo (las caras visibles del poder político) y que quieran un cambio urgente, un nuevo comienzo. La presidenta y el Congreso pueden hacerse los ciegos por un tiempo, pero no todo el tiempo que falta hasta el 2026 sin que esto no tenga consecuencias electorales, políticas y hasta judiciales en sus futuros una vez fuera del poder.

Los diez partidos políticos que alcanzaron representación parlamentaria en abril del 2021 son hijos de decisiones pandémicas. Un país muerto de miedo por la enfermedad; de duelo por sus miles de muertos; furioso por un Congreso abusivo que derrocó a un presidente a meses de dejar el poder; decepcionado por el pésimo manejo de la pandemia por parte de Vizcarra e indignado por su vacunación clandestina mientras ejercía de “papá lo sabe todo” en esas alocuciones de mediodía que justificaban los peores y más mortíferos encierros (debo haber explicado cientos de veces que aglomerar pocas horas en mercados, bancos y paraderos es lo que mata) y que era inmune a todo criterio racional. Ese país deprimido y ansioso, dolido y aterrado, votó.

¿Qué querían? El resultado fue una segunda vuelta entre dos pigmeos. Un 25% de ausentismo, casi 20% de voto nulo y blanco y miles de votos que no pasaron la valla. Solo 4 de cada 10 electores del total del padrón electoral convirtieron su voto en un escaño parlamentario, pero no necesariamente su opción preferencial. ¿Cómo nos vamos a sentir representados?

Pero a esta crisis de representación se suma el desprestigio. No hay agrupación política con representación parlamentaria que esté aprobada. Por la izquierda, una catástrofe. Vladimir Cerrón y Verónika Mendoza no lograrían ni pasar la valla. Su conducta política respecto al latrocinio que fueron los 16 meses del Gobierno de Castillo los tiene más que embarrados. Para no entrar a lo que sus amenazas estatistas han significado para aumentar la pobreza de miles.

Más inflación y menos crecimiento es el hambre advertido que pagamos hoy. Esa izquierda mercantilista es la que tiene sólidos vasos comunicantes con sus supuestos adversarios. ¿Cómo así? Digamos, para simplificar, que las ocho representaciones restantes están a la derecha. ¿Qué las une? Pues todas están en algún negocio: universidades, colectivos, minería ilegal, empleo en el Estado, obra pública. Las excepciones son tan pocas que mencionarlas solo distrae de lo esencial. Los motes más conocidos de este Congreso son “Los Niños” y “Las Mochasueldos”. La idea queda clara.

Dina Boluarte ha tenido esta semana dos reacciones. En la narrativa gubernamental, el país está “pacificado”. ¿Qué puede resultar tan aterrador en una convocatoria para el 19 de julio a protestar? Con 49 muertos por proyectil de arma de fuego, sea del Ejército o la Policía, hay miedo a salir. ¿Qué teme el Gobierno? Pues parece que le tiene terror al pensamiento. A saber, que la opinión pública no los quiere en el poder. “¿Cuántas muertes más quieren?”, es la oferta presidencial. Y días después, las elecciones adelantadas “están cerradas”. Prohibido, anhelar, pensar y protestar por un cambio.

Keiko Fujimori ha visto una oportunidad en esta huida presidencial. No habla ni de muertos ni de elecciones. Ataca la gestión. Boluarte no tiene más salida que obedecer y ya despachó a la ministra de Salud que, sin duda, debía irse. Un ligero movimiento fujimorista en aras de cosechar electoralmente. Pero si Boluarte obedece, Fujimori aparece cogobernando. Peor, imposible.

¿Qué sigue? Los líderes del fujimorismo han lanzado esta semana a Keiko Fujimori como candidata indiscutible, exaltando sus méritos. Un salto enorme es dejar de pelear en el Congreso por un adelanto de elecciones que sí promovió su bancada y mover el escenario a las calles en alianza con la misma izquierda con la que vota para elegir defensor del pueblo. Todavía es prematuro, pero al único que van a sorprender es a Alberto Otárola, el pacificador.

Rosa María Palacios

Contracandela

Nació en Lima el 29 de Agosto de 1963. Obtuvo su título de Abogada en laPUCP. Es Master en Jurisprudencia Comparada por laUniversidad de Texasen Austin. También ha seguido cursos en la Facultad de Humanidades, Lengua y Literatura de laPUCP. Einsenhower Fellowship y Premio Jerusalem en el 2001. Trabajó como abogada de 1990 a 1999 realizando su especialización en políticas públicas y reforma del Estado siendo consultora delBIDy delGrupo Apoyoentre otros encargos. Desde 1999 se dedica al periodismo. Ha trabajado enradio, canales de cable, ytelevisiónde señal abierta en diversos programas de corte político. Ha sido columnista semanal en varios diarios.