La sangre derramada jamás será olvidada. Esta consigna ha sido repetida incesantemente en las marchas y, sin embargo, varios cientos de voces no han sido capaces aún de conmover a un país. En este espacio, no puedo hablar de soluciones a la crisis, pues para ello no se necesita una opinión informada, sino varias.
Se requiere también de diálogo, deliberación y de una capacidad de poner de lado inclinaciones y agendas personales que es más bien inusual en nuestra política contemporánea. De lo que sí puedo hablar es de la empatía o, al menos, darle al lector algunas herramientas para entender por qué el dolor ajeno no debería sernos indiferentes más allá de un argumento moral o cívico.
La empatía ocurre cuando dos áreas de nuestro cerebro trabajan juntas. El centro emocional percibe los sentimientos de los demás y el centro cognitivo intenta comprender por qué se sienten así y si podemos brindarles ayuda. No obstante, la producción de este tipo de respuestas puede estar limitada por factores como sesgos en favor de quienes percibimos como similares (color de piel, socialización, estatus social) o por la falta de exposición o comprensión de otros grupos, principalmente aquellos social y culturalmente distintos.
En las últimas semanas, madres han perdido a sus hijos y esposas e hijos se han quedado sin padres. Pese a ello, la indignación colectiva no ha generado la presión necesaria para buscar justicia. No es que las muertes en Lima valgan más, sino que son más cercanas, en todos los sentidos, a quienes tienen algún tipo de poder. Esa situación genera miedo y, por ende, respuestas.
Para sanar como país debemos extender nuestra empatía y para ello no precisamos de mucho. Tan solo basta imaginar cómo un pequeño cambio en nuestra trayectoria de vida podría habernos puesto en la situación de quienes son más vulnerables en esta crisis. Sin este paso, no podrá haber paz para reconstruir todo lo que los extremismos y la indolencia vienen destruyendo.
Investigadora en el Science Policy Research Unit de la Universidad de Sussex. Maestría en Políticas Públicas por la Universidad de Glasgow y es licenciada en Ciencia Política por la PUCP. Su trabajo de investigación gira en torno al rol de la tecnología y la innovación en procesos de transformación sustentables e inclusivos.