Por Sandro Mairata | @CINENSAYOLat y @smairata
Igualita a mí viene a unirse al grupo de las comedias peruanas masivas que han inundado este año las pantallas; a primera vista es una producción comercial sin otra aspiración que llenar la caja rápido sobre la base del carisma y oficio cómico de Carlos Alcántara.
Para sorpresa, hay más que eso.
Este es un remake del éxito argentino homónimo de 2010 que se basaba en un original coreano (¡otra vez Corea!) llamado Scandal Makers (2008) que tuvo versiones china e india. Fredy (Alcántara) es un chiquiviejo cincuentón que nunca se casó y que se la pasa entre discotecas, romances fugaces y una resistencia tenaz a aceptar su edad. Cada semana se tiñe y retoca la barba en el local de su amiga Elena (bienvenida Andrea Montenegro) y usa un exagerado peluquín. En su enorme departamento de soltero –gracias a su empleo de gerente general de una constructora–, Fredy acoge guapas conquistas. Una de ellas, la hippie treintañera Aylin (Daniela Camaiora), accederá a irse con él, pero antes de que Fredy pueda ponerle un dedo encima, le confesará que es su hija.
Por supuesto que esta cinta sería imposible sin Alcántara, quien llena la pantalla con facilidad, otorgándole humanidad y cercanía a lo que pudo ser una atroz marioneta. Hay una química poderosa entre Alcántara y Montenegro, cuyo rol no arranca ni una risa pero que cataliza muy bien la seriedad del enredo entre manos; su papel baja a tierra a Fredy y reorienta las energías. Camaiora tiene momentos en que su voz estridente interrumpe el registro del colectivo y no encaja del todo con Alcántara, quien se toma muy en serio su rol de Fredy.
Igualita a mí se toma también muy en serio la cinematografía y la iluminación, cosa que se felicita. El cuidado de la paleta de color en interiores –en tonos madera oscuro– le da a la cinta un aire de videoclip que no le viene mal en las secuencias entre Elena y Fredy pero que se descuida en otros entornos. También la edición y transiciones son caprichosas y revelan la mano de un editor con carta libre para intentar novedades que no siempre funcionan. Algo más, los observadores identificarán el uso y abuso del frontis de la Casa Fugaz del Callao que no tiene nada, nada que ver con las tomas en dron de Miraflores –una toma al parecer de rigor en todo producto comercial–. Simplemente el aspecto de las infraestructuras no cuadra.
Hay varios aciertos en Igualita a mí, como una verdadera carga emocional y una crítica frontal a las motivaciones detrás de nuestros estilos de vida pasados los treintas. ¿Nos volvemos adictos a nuestros “terapeutas holísticos”? ¿Nos entregamos al “sistema”? ¿Defendemos un árbol o construimos un edificio? Igualita a mí es una comedia imperfecta que levanta el promedio de sus malas predecesoras. Eso es un logro.
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