Con frecuencia se suele invocar a la llamada “maldición de los recursos” (resource curse), cuando en el Perú aparecen conflictos sociales en torno al desarrollo de las tan vitales actividades extractivas. Y la invocación se asocia con la disyuntiva existente entre la baja sofisticación de la economía peruana en contraposición con la alta dependencia del país respecto de la exportación de recursos naturales (commodities).
Es decir, se le achaca a la minería y agroexportación la baja sofisticación de las exportaciones peruanas, en tanto se carecen de otros sectores productivos más complejos.
Es en este contexto donde la “economía naranja” gana relevancia como una vía para diversificar la matriz productiva local. Pero, sobre todo, para impulsar la exportación de intangibles, con mayores niveles de innovación y tecnología.
El presidente colombiano Iván Duque es el principal promotor de la llamada economía naranja en Latinoamérica, y ha logrado que Colombia desarrolle estrategias de sofisticación muy interesantes que le permiten liderar algunos de los mercados más cercanos a ese mundo: los videojuegos, la multimedia, el diseño, entre otros.
En el Perú, la economía naranja no ha desembarcado aún, pese a que en el pasado reciente se impulsaron iniciativas destinadas a promoverla. Ahí está la mesa ejecutiva de las industrias creativas de Piero Ghezzi en 2015.
En medio de un contexto de reactivación económica urgente, es conveniente que tanto el Ministerio de la Producción como el de Cultura se animen a desempolvar el plan de acción que se esbozó en 2015. Con más razón si se considera que muchas de las actividades vinculadas con lo creativo se producen hoy a gran escala gracias a la tecnología digital.
Desde aquí le sugiero a la viceministra Sonaly Tuesta que actualice el tema y que deje su legado anclado a la promoción de la economía naranja a nivel nacional.
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