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El sesgo de la negatividad

“Argumentar con quienes se niegan a la evidencia científica es un viejo problema, el cual ha dejado muchas víctimas en la senda de Galileo. Los psicoanalistas sabemos que nunca se discute con una persona afectada por un trastorno obsesivo”.

Los periodistas conocen muy bien este sesgo: las malas noticias tienen una pegada mucho más fuerte que las buenas. El problema es que los fanáticos de las teorías conspirativas también lo saben. Estos se pueden dividir en tres grupos: fanáticos religiosos, sobreinformados y libertarios (Hernán Restrepo: “Antivacunas: lo que he aprendido al debatir con ellos”).

Es lo que está sucediendo hoy en el Perú con los movimientos que se oponen a la vacunación y, más aún, al carnet obligatorio para ingresar a establecimientos públicos. Restrepo pone el siguiente ejemplo: “Tiene más difusión una noticia sobre una persona vacunada que se muere, que la noticia silenciosa sobre las miles de personas que se salvan de ser hospitalizadas o de la muerte, gracias a que tenían la vacuna”.

Covidiotas fue el vocablo acuñado por el Diccionario histórico de la lengua española, para definir a las personas que se niegan a cumplir las normas sanitarias para evitar el contagio de la COVID-19. Sin embargo, es evidente que insultándolos no vamos a persuadirlos de vacunarse y, de ser el caso, llevar a vacunar a sus hijos menores de edad.

Argumentar con quienes se niegan a la evidencia científica es un viejo problema, el cual ha dejado muchas víctimas en la senda de Galileo.

Los psicoanalistas sabemos que nunca se discute con una persona afectada por un trastorno obsesivo. Serge Leclaire lo explicaba así: “El obsesivo duda porque sabe”. Pero los analistas trabajamos con procesos que toman tiempo, un lujo que la sociedad atacada por una pandemia global no puede permitirse. Está de por medio la vida de millones de personas, cuya mejor opción de supervivencia es la vacuna.

Felizmente, en medio de tanto desastre político, económico y sanitario, la vacunación avanza a buen ritmo en nuestro país.

La tragedia de haber perdido a más de 200.000 habitantes proscribe andarse con medias tintas. Hay que intentar persuadir a los fanáticos, pero mientras tanto urge cumplir la ley.

No vacunarse no es un derecho pues pone en riesgo la vida de los demás, tal como pasarse la luz roja o circular por la berma en la carretera. La buena noticia –aunque algunos la crean mala– es que, gracias a la obligatoriedad del carnet, mucha gente está acudiendo a los vacunatorios. Lo cual demuestra que la frontera entre lo bueno y lo malo tiene más matices de lo que parece a simple vista.

La República

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