Nacido para combatir el crimen
“En una sola audiencia, Guillén cambió el rumbo del juicio. Ya no sería el reality show que Fujimori quería. Sería un proceso con reglas claras, en base a evidencia”.

Por: Jo-Marie Burt
La semana pasada el presidente Pedro Castillo nombró al exfiscal supremo Avelino Guillén como ministro del Interior. En un contexto tan polarizado, no sorprende que se cuestione tal o cual nombramiento. Pero es llamativo que un congresista cuestione la designación de Guillén no porque considera que no es idóneo para el cargo, sino por su rol en lograr la condena –en palabras del congresista– del “mejor expresidente del Perú”, Alberto Fujimori.
Yo participé en el “juicio del siglo” como observadora internacional, y en ese contexto conocí a Avelino Guillén. Un fiscal de carrera, Guillén lideró el equipo que investigó y acusó a Fujimori por su responsabilidad en graves violaciones de derechos humanos, corrupción y abuso de autoridad.
El juicio se inició el 10 de diciembre de 2007. Fujimori –un maestro ante las cámaras– había logrado dominar el escenario.
En esta primera audiencia, luego de que se leyera la acusación contra Fujimori, el juez le preguntó si aceptaba los cargos. En vez de responder con un simple si o no, Fujimori lanzó un histriónico discurso jactándose de haber salvado al Perú. Luego de varios minutos, el juez, bastante incómodo, interrumpió a Fujimori, instándole a responder a los cargos. Lo hizo con el ya famoso grito, “¡Soy inocente!”.
La siguiente audiencia no fue mejor. El fiscal supremo José Peláez comenzó dirigiéndose al acusado como “presidente Fujimori”. Su interrogatorio fue débil, confuso. De pronto llegó la noticia de que había fallecido su suegro. Se suspendió la audiencia.
En la tercera sesión, Avelino Guillén asumió el interrogatorio. Nada de “presidente”; le dice: “Acusado Fujimori”. Guillén le reprocha por la forma en que está sentado, como un adolescente aburrido. Le realiza preguntas agudas. Se enfoca en la naturaleza de su relación con Vladimiro Montesinos, su mano derecha durante sus diez años en el poder. El mismo que hace poco intentó, desde la cárcel, ayudar a la hija de Fujimori a ganar la presidencia. Fujimori esquiva. A veces responde con sarcasmo, buscando alterar al fiscal. Guillén mantiene la calma, no pisa el palito.
Guillén continúa con el interrogatorio y pregunta a Fujimori sobre la masacre de Barrios Altos. Se conocía de masacres en Ayacucho, pero esa era la primera en la ciudad capital, a escasas cuadras del Palacio de Gobierno. El 3 de noviembre de 1991, un grupo de hombres con subametralladoras y silenciadores incursionaron en una quinta en Barrios Altos al estilo comando. Sin hablar, procedieron a abrir fuego. Mataron a 15 personas, dejaron a cuatro gravemente heridos. Pensaban que eran terroristas. No lo eran. Era el primer operativo de una unidad militar clandestina que pronto se conocería como el Grupo Colina. Fujimori dice que no sabe, no recuerda.
Guillén pregunta a Fujimori si conocía a algunas de las víctimas. No, responde Fujimori.
Para estar seguro, dice Guillén, va a leer el nombre de cada víctima, para que Fujimori declare en acta si los conocía o no. Guillén enuncia el nombre de cada una de las víctimas, su edad al momento de su muerte, y la forma en que murió.
PUEDES VER: Avelino Guillén: ¿cuál fue su participación en el juicio que encarceló a Alberto Fujimori?
Llega al último nombre.
“Javier Manuel Ríos, de ocho años, asesinado de cinco balazos en la cabeza. ¿Lo conocía?”.
“No”, responde Fujimori, impasible. “No lo conocía”.
En una sola audiencia, Guillén cambió el rumbo del juicio. Ya no sería el reality show que Fujimori quería. Sería un proceso con reglas claras, en base a evidencia, no gritos histriónicos. Y al final, logró probar, más allá de la duda razonable, que Fujimori era responsable de la muerte de Javier Manuel Ríos y 24 personas más. Por eso purga prisión hasta el día de hoy.
Avelino Guillén, un hombre probo y honesto, nació para luchar contra el crimen –en base a la ley y respetando los derechos humanos–. Su actuación en el juicio a Fujimori es la mejor evidencia de ello.

Avelino Guillén



