Para elegir al Presidente y Congreso de la República se requiere información, serenidad, lucidez, análisis y estrategia. Esta lista no es exhaustiva, pero permite hacerse una idea de lo adversas que son las condiciones en las cuales habrá acudido a las ánforas la ciudadanía peruana: en un contexto de angustia, dolor, desesperación, tristeza y rabia, por citar otro listado provisional, cuyo parecido con la depresión es todo menos una coincidencia.
La múltiple crisis en la que estamos sumidos, la tenue esperanza a la que nos aferramos, son pésimas consejeras. Esto es algo que suelo decirles a mis pacientes, en lo que respecta a sus decisiones personales: la culpa o la ira son asesores catastróficos. Pero son. De modo que no es de extrañar la angustia que rodea este momento electoral en pleno bicentenario. La cuota de sufrimiento que recorre el país es inconmensurable. La muerte nos asedia y ataca nuestra salud mental, además de la física.
El solo hecho de ir a los lugares de votación es un motivo de miedo. Muchas personas se habrán preguntado si permanecían en casa y pagaban su multa. ¿Cómo no comprenderlos? Esta pandemia le ha otorgado un nuevo significado –aún más siniestro– al sádico dilema del mal menor: arriesgarse a tener un Presidente o Presidenta corrupto, homofóbico o extremista, versus contagiarse de la variante brasileña del COVID.
Aún así, en la eterna lucha de Eros y Tánatos, es preciso optar por la vida. Si la esperanza no surge de los resultados electorales, entonces tendremos que apostar por la energía democrática de quienes, hace poquísimo tiempo, tumbaron a un Gobierno usurpador en tan solo cinco días.
Esos jóvenes que se enfrentaron a las fuerzas represoras lanzadas a las calles por Merino y su banda siguen ahí. Su valentía y decisión representan lo mejor del Perú. Sean cuales fueren los resultados de esta primera vuelta, son los guardianes del futuro de nuestra sociedad. Esta es una advertencia a quienes piensan que pueden sacar provecho de la desesperanza y la bronca de la gente que no da más. La fuerza democrática siempre prevalecerá sobre los intentos de controlar el aparato del Estado, en particular el Poder Judicial, para garantizar la impunidad de sus delitos en agravio de todos.
No solo se logró contra Merino: también contra Fujimori y Montesinos. Si hace falta, volverá a suceder. No lo duden.
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