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Infantilización

“El peligro es que, cuando llegue la vacuna contra el COVID-19, ya estén instalados en el poder los virus recargados de esa corrupción indiferente que nos ha arrojado al despeñadero”.

Como si fueran dos tenazas, la política nacional y las medidas del Gobierno ante la pandemia tratan a la ciudadanía como si fuéramos incapaces de tomar decisiones y asumir las consecuencias. En otras palabras, nos privan de nuestra libertad para elegir. Nos privan de nuestra libertad, infantilizándonos.

Del lado de la política, la obstrucción a las reformas políticas de los simulacros de partidos que pululan en la esfera pública, esos sí representados en el Congreso, garantizan una pantomima de elecciones. Las opciones seguirán siendo catastróficas y el mal menor lo será más (mal) que nunca. ¿Segunda vuelta entre Forsay y Urresti o entre cualquiera de ellos y Fujimori? A este paso, terminaremos extrañando la pandemia.

Del lado de esta última, el angustioso compás de espera en que nos encontramos nos sume en un mar de incertidumbres. La curva de muertes está descendiendo, nadie sabe bien porqué. Flotan como aerosoles las hipótesis: ¿han dado resultado las medidas restrictivas? ¿El hecho de haber sido el peor país del mundo en muertes y contagios ha terminado jugando a nuestro favor? ¿Hemos alcanzado alguna variante de la inmunidad de rebaño?

Alimenta nuestros temores infantiles la duda de si nos acecha una terrible segunda ola, como se observa en varios países europeos. Dada la precariedad de nuestros servicios de salud y monitoreo –una situación que pudo haber sido evitada, de no mediar una política económica centrada en el beneficio empresarial que despreció las necesidades de los de menos recursos–, esa segunda ola sería el tsunami tras el terremoto.

Lo infantil no es negativo. Por el contrario, es una época fabulosa de aprendizaje y descubrimiento. Preservarla, cuidarla, es una responsabilidad que también hemos descuidado y maltratado. Las medidas infantilizadoras –no me refiero a las exigencias indispensables como el uso de mascarillas, la limpieza o la distancia– son la consecuencia de la irresponsabilidad de sucesivos gobiernos sometidos a una lógica de beneficios económicos y corrupción. El mejor antídoto contra el desaliento que nos embarga es imaginar y luchar por una patria más justa, en donde los intereses de las mayorías sean la bandera, el escudo y el himno.

El peligro es que, cuando llegue la vacuna contra el COVID-19, ya estén instalados en el poder los virus recargados de esa corrupción indiferente que nos ha arrojado al despeñadero.

La República

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