Opinión

¿Tenemos algún futuro?

“China ya es el principal socio comercial de América del Sur. Y es un inversionista de primer nivel, aunque carente de escrúpulos como los más viejos imperialistas...”.

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Un Presidente que llega al irrespeto de su propia investidura y se maneja con irresponsabilidades poco limpias. Congresistas que se pavonean en la falaz ilusión de reencarnar a Valentín Paniagua. Abogados abocados a defender iniciativas mafiosas y llamadas vergonzantes. Dirigentes empresariales elocuentes para exigir despidos, pero mudos cuando no hay ganancias de por medio. Cambalache y quilombo. La pregunta no es cuándo se jodió sino cuándo dejará de joderse el Perú.

Alguien podría creer que si extiende la mirada por encima de las fronteras, encontrará un paisaje más alentador y promisorio. Craso error. El panorama de América Latina no puede ser más paupérrimo. Malinches y Felipillos gobiernan en muchos países. La pandemia les sirve de pretexto para callar y obedecer. Son como aquellas señoras de Lima que se declararon neutrales cuando las tropas chilenas invadían y saqueaban la ciudad.

Muchos de los gobernantes de esta parte del mundo ignoran lo que ocurre en el mundo real y global. Pero el mundo, eppur si muove. Europa espera que América Latina despierte, o resucite, para construir, juntos, defensas comunes. Ambas regiones se necesitan mutuamente, pero mientras la primera trata de acercarse, la segunda se repliega y se resiste al equilibrio que Europa le ofrece.

En el Asia, no lejana, nuevas potencias empiezan a competir con Occidente. China ya es el principal socio comercial de América del Sur. Y es un inversionista de primer nivel, aunque carente de escrúpulos como los más viejos imperialistas. No se trata solo de China. La India, Indonesia, Corea anuncian el surgimiento de un mundo predominantemente no occidental.

Está claro que, durante el siglo XXI, estos países están asumiendo posiciones de liderazgo en la economía mundial. No emergen en base a la competencia ideológica, política, militar o espacial, como ocurría en la Guerra Fría entre EE. UU. y la URSS. Lo que despliegan es una competencia comercial, de inversiones y tecnológica. Mucho más efectiva y desafiante.

Pero América Latina se empecina en enterrar la cabeza, como el avestruz. No avanza. Retrocede. En los últimos meses, ha aceptado, cuando no apoyado, que se resucite el infausto Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, de 1947. Que se use la OEA como estropajo para lavar atropellos en Bolivia. Como al paso, que se maltrate al Perú. Que se pretenda desvanecer la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Que se desmonte el BID como banca multilateral de desarrollo.

En el año 2015, Enrique Iglesias, el economista y ex canciller uruguayo que dirigió la CEPAL, el BID y las Comunidad Iberoamericana, escribió: “Es inconcebible que en 55 años, no hayamos conseguido afianzar la integración de América Latina. Lo veo casi como una frustración profesional”. Es realmente pavoroso lo que hemos retrocedido en integración y en autonomía.

En efecto, hace más o menos medio siglo, estábamos inaugurando el BID como banco regional de desarrollo: construíamos el Consenso de Viña del Mar, como plataforma de reivindicaciones comunes frente a Estados Unidos; lanzábamos el SELA para la coordinación económica; sellábamos el Acuerdo de Cartagena, primer acuerdo de libre comercio para el Perú y sus socios, y genuino modelo de integración. Todo lo que hoy es apenas memoria de otros tiempos.

Sin embargo, no cabe sucumbir al pesimismo. En medio del páramo hay señales de vigor y dignidad. Lo es, qué duda cabe, la masiva protesta peruana contra un pedido de vacancia que ha transformado la ineptitud mental del siglo XIX en sometimiento del Presidente a los votos arbitrarios del Congreso. Lo es también la indignación frente a Merino y Alarcón. Y lo es, por supuesto, la ola de voces que se han levantado en toda América Latina (y en Europa, y dentro de los EEUU) contra la política de Trump y sus secuaces.