Opinión

El último cartucho

"Es así como ahora se incorpora Cateriano, flanqueando esta vez a Vizcarra como el refuerzo experimentado".

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En política, el acto también es el mensaje. Esperar el último día de la legislatura para debatir y votar sobre el tema fundamental para el que fue elegido este Congreso y encima no hacerlo es un claro desinterés por llevar a cabo la Reforma Política. El discurso político del presidente Martín Vizcarra como respuesta era previsible.

Flanqueado por el estandarte nacional y Francisco Bolognesi −aquel que fuera pintado por Daniel Hernández, responsable de nuestra cosmovisión patriótica construida en el marco de las celebraciones por el primer centenario de la independencia−, el discurso estuvo marcado por cierto lirismo épico que terminaría siendo desproporcionado frente a una respuesta lumpen: un ramplón augurio escatológico seguido de una mentada de madre que le cayó no solo a Vizcarra, sino también a los quince especialistas convocados para trabajar en una modificación bien pensada y hasta al propio Bolognesi.

Poniendo las cosas en su lugar, es lógico que el Ejecutivo tenga un desgaste natural frente a la pandemia. Finalmente, con aciertos o errores, viene haciendo lo que puede con la carcocha heredada por el neoliberalismo mediocre que se vendió como desarrollo por treinta años. El gabinete saliente asume el costo político, y los 20 puntos de caída en la popularidad del Ejecutivo equivalen a aquel superávit que acumuló con las decisiones acertadas al inicio de la crisis. Vizcarra vuelve a los niveles de aprobación prepandemia.

Del otro lado, en cambio, tenemos un Congreso que nunca se cargó el embate de la pandemia como lo ha hecho tanto el Ejecutivo como la ciudadanía y demás actores sociales. Quizás era previsible, pero tras la clamorosa actuación de varias de sus bancadas respecto de las modificaciones constitucionales, ha terminado de desnudar una lamentable indiferencia social y una nula capacidad política. Aquello se suma, salvo contadas excepciones, a una desafortunada producción legislativa −carente de evidencia y sustento técnico− y un penoso rol fiscalizador −al usar torpemente la interpelación como arma política−.

Su harakiri representa un derroche torpe de capital político, habiendo caído también unos 20 puntos porcentuales. El verdadero perro del hortelano: no hace ni deja hacer. Y ni como para reducirlo a un tema ideológico, pues la aberración constitucional que crearon fue rechazada de manera unánime por constitucionalistas de diversas tendencias políticas. Sus renuncias fueron equivalentes a una mentada de madre de regreso, pero con más elegancia.

Es así como ahora se incorpora Cateriano, flanqueando esta vez a Vizcarra como el refuerzo experimentado, con la promesa de “sudor, honestidad y conducta democrática por un Perú más justo y libre” −frase que publicó minutos antes de jurar−, con ese mismo lirismo épico de la narrativa novecentista del último cartucho.