No es el de Vizcarra un gobierno de izquierda –eso solo lo pueden creer los fanáticos más recalcitrantes de la DBA–, pero claramente tampoco es un régimen que sustente su accionar en el fomento de una economía de mercado o tenga una mirada propicia de ese inmenso motor de crecimiento económico que es la empresa privada.
En momentos críticos, los seres humanos suelen reaccionar mostrando su verdadero talante, su equipaje íntimo, sin las coberturas que nos acompañan habitualmente en la vida cotidiana. Pues al régimen, en estas semanas aciagas, se le ha visto claramente un empaque ideológico divergente de uno promercado o siquiera proempresarial.
Si, como ha quedado en evidencia, el Estado peruano es un desastre que acumula años de abandono, pues lo pertinente hubiera sido que el gobernante de ese Estado ineficiente acudiese al impulso empresarial privado para compensar su déficit histórico.
Así, si hasta ahora no es posible entregarles a los pobres su prometido bono solidario, si las canastas de alimentos nunca llegan o son hurtadas en el camino, si los combos de medicinas adolecen de un sistema logístico para ser distribuidos oportunamente, por qué no convocar a los numerosos conglomerados empresariales peruanos que han desarrollado en estos años cadenas logísticas potentes y a quienes se podría contratar, bajo concurso público y extrema supervisión.
Lo mismo se puede ver en el trato que ha merecido el sector privado duramente golpeado por la cuarentena. Al pequeño empresario lo persigue la policía y le hurta sus bienes sin ninguna justificación legal. Al mediano y al grande el Estado los atosiga de exigencias regulatorias absurdas en un contexto como el actual (apenas el 7% de las empresas paradas ha sido autorizado a reabrir). Lo que de bueno hace la ministra de Economía, María Antonieta Alva, lo echan por la borda sus pares de Trabajo y Producción.
Es verdad que si el empresario privado es dejado a su suerte sin control, se descamina y suele pervertir el espíritu de la economía de mercado, distorsionando las normas a su favor y quebrando la libre competencia. Por ello, es absolutamente imprescindible que haya un Estado vigilante de que esa perversión no ocurra.
Pero no estamos ante una situación de particular descontrol que amerite extremar las cautelas al respecto. La pasmada reacción gubernativa parece obedecer a un resquemor surgido de prejuicios ideológicos, que acompañan a un sector dominante del gobierno encabezado por Martín Vizcarra, que en circunstancias normales serían criticables, pero que en esta coyuntura dramática resultan lamentables.
Las últimas décadas de capitalismo empresarial en el Perú, aun con sus manchones mercantilistas, explican el crecimiento económico, la fortaleza fiscal y, sobre todo, la significativa disminución de la pobreza y la reducción de las desigualdades. Se trata de insistir y ahondar ese camino, no de dar marcha atrás hacia modelos de mayor regulación estatal.
Para salir lo más rápido posible de la crisis actual, hay que liberar los “espíritus animales” que el capitalismo conlleva. El gobierno haría bien en reposar en los agentes operativos de ese capitalismo, como son los empresarios privados, si quiere evitar que la recesión destruya uno de los principales activos sociales de las últimas décadas.
-La del estribo: para quienes disfrutaron la excelente serie de quince minidocumentales “Descubre el antiguo Perú con el Museo Larco”, ahora el Museo ha lanzado la precuela, que ya va por dos entregas. Las pueden ver en sus redes sociales y ahora en su página web. Con la música de Manuel Miranda y la locución de Ulla Holmquist.
Los artículos firmados por La República son redactados por nuestro equipo de periodistas. Estas publicaciones son revisadas por nuestros editores para asegurar que cada contenido cumpla con nuestra línea editorial y sea relevante para nuestras audiencias.