Había una vez una universidad…

“Y le fue tan bien a la nueva universidad que empezó a tener alumnos de todo el mundo, porque sus clases eran sin tiempo ni lugar, había creado la educación del futuro”.

Por: Miguel Hadzich (*)

Había una vez una universidad en el reino de los informales (Perú) que vivía tranquila y cómodamente enseñando a sus obedientes alumnos con clases tradicionales y donde los profesores dictaban enseñando con tiza y pizarra, todo funcionaba muy bien….

Hasta que un día llegó un brujo malo, Demian (le decían Pan) que lanzó un terrible hechizo contra ellos (el coronavirus) y detuvo su funcionamiento. Los alumnos no podían estudiar juntos porque se contagiaban. Sus jardines se convirtieron en selva y los edificios en ejemplo de desolación y muerte.

El hechizo transformó todo y hubo desesperación en la corte. El rey era una persona inteligente e innovadora y tuvo que cambiar todo para salvar su universidad. Convocó a la población y utilizaron la magia de la tecnología para volverla un lugar sostenible y divertido, un lugar donde los alumnos fueran felices estudiando, aprendiendo, investigando y teniendo relaciones sociales. La universidad tuvo que regenerarse.

El rey convirtió el campus universitario en un centro del conocimiento, en una feria de ideas, ciencia, tecnología y arte. Los alumnos se dedicaron a investigar, a prototipear sus ideas en los Living Labs, a conversar y discutir con sus profesores (no a recibir clases), a usar los talleres y laboratorios (presencial y en tiempo real) y hacer proyectos que les fueran útiles a todos.

La universidad tuvo que olvidarse de la competencia con otras universidades, de los papers y de los rankings. Se empezó a provocar cambios dándoles libertad de elegir los cursos (los horarios habían desaparecido) y de elegir sus profesores y así, poco a poco, la universidad se fue recuperando. Los docentes se convirtieron en mejores profesores (sensibles, cultos, realistas) y aparecieron nuevos profesores dictando desde todas las partes del mundo. El reino se abrió a todos los habitantes del planeta (ahora se llama inclusivo). Ahora todos podían estudiar en esa universidad y, de los 25,000 alumnos que tenía antes del hechizo, ahora podía enseñar a más de un millón usando las nuevas tecnologías digitales, como celulares, tablets, computadoras, lentes de realidad virtual/aumentada, etc. y las bibliotecas se convirtieron en Google, YouTube, ISSUU, etc. Había cursos gratuitos para todos, y si se querían certificados, tenían que pagar el “impuesto al examen” y los profesores los evaluaban manteniendo la excelencia académica. Los alumnos llevaban solo los cursos que le interesaban o elegían los cursos que tenían que aprender para conseguir trabajo (en coordinación con las empresas que aportaban sus profesionales como profesores), y porque además todos los trabajos del futuro eran diferentes, cambiantes y especializados. Algunas carreras duraban 2 o 3 años y ya estaban listos para trabajar. Los profesores se apoyaban en los alumnos para sus proyectos e investigaciones, pero estaban obligados a aprender permanentemente (educación continua), porque si no quedaban obsoletos.

Y le fue tan bien a la nueva universidad que empezó a tener alumnos de todo el mundo, porque sus clases eran sin tiempo ni lugar, había creado la educación del futuro.

Cuando Demian regresó a ver su obra, se dio con la sorpresa de que estaban mejor que antes, lanzó varios hechizos (otros virus), pero la universidad repelía todos sus intentos; aburrido de no poder hacer nada, se fue a contaminar otros mundos. Se habían salvado.

Y colorín colorado este cuento no ha terminado, porque no es un cuento, el hechizo ha llegado.

(*) Profesor investigador PUCP.