La crisis del coronavirus ha desnudado las gigantescas carencias del Estado peruano. El golpe, semejante al que nos propinó la terrible guerra con Chile, nos ha puesto delante de nuestras narices el resultado de tener una élite corrupta, desinteresada de las mayorías nacionales. Hace casi 150 años esa situación nos condujo al desastre, hoy amenaza con repetir la tragedia.
Las pasmosas miserias morales de los gobernantes del siglo XIX nos dejaron inermes frente al enemigo extranjero, que destruyó a su gusto el país, yendo más allá de lo que los usos de la guerra permitían. El justo homenaje que rendimos a nuestros héroes sirve muchas veces, lamentablemente, para ocultar esa parte de la historia que nunca deberíamos dejar de enseñar en las escuelas y universidades.
Hoy, aunque aún en menor escala, la escena nacional parece repetirse. Un gobierno signado por la medianía, una oposición cerril y obtusa, una clase política anidada en el Parlamento entregada a un desenfreno populista y una élite empresarial miope.
El Ejecutivo parece ir en un sentido correcto y Vizcarra se asoma como alguien honesto y bien intencionado, pero su gestión muestra una lentitud organizativa que termina por desbaratarlo casi todo. Ante la aparición del virus no se logró la rápida provisión de los insumos médicos para atender la emergencia. Y si bien ello puede hasta cierto punto entenderse (a todos cogió por sorpresa), lo que no admite justificación es la demora en resolver, por ejemplo, focos de contagio previsibles en bancos, mercados y en transporte público. A casi sesenta días de la declaratoria de emergencia lo sigue intentando.
A ello sumemos la terrible morosidad del programa Reactiva, la incompleta entrega de los bonos de ayuda, la torpeza de apoyarse en gobiernos locales, la corrupción en las compras estatales, el pasmo ante los “caminantes”, la inocuidad frente a la violencia sexual doméstica, ya ni hablemos de la ausencia de inteligencia tecnológica para domeñar el virus sin destruir la economía.
Por su parte, la labor de la oposición política y mediática es para llorar. Las viudas del fujiaprismo, proyecto político recientemente fallecido, en lugar de apostar a un proceso de reintegración cívica, insisten en la zancadilla y el abierto sabotaje del gobierno, a despecho de la situación. No ha surgido una sola idea constructiva proveniente de este sector. El unísono es la crítica intransigente y la descalificación radical.
El Congreso es una lágrima. Nadie esperaba, por cierto, un Legislativo mejor constituido que su predecesor. No había razones para suponer que nuestra clase política se fuese a renovar para bien en cuestión de meses. Simplemente se albergaba la esperanza de que al no haber una obstinada labor de zapa del Ejecutivo podíamos arribar a un mejor ambiente político. El Legislativo se ha empeñado en una orgía de populismo regulatorio sin precedentes. El resultado es terrible y colisiona con un manejo macroeconómico responsable y sensato.
Y de nuestra clase empresarial, salvo honrosas excepciones, solo queda un lamento. Algunos voceros gremiales, antes que en aportar soluciones han estado más pendientes del lobby desembozado. Otro botón de muestra: cerca de 30 mil empresas han solicitado suspensión perfecta de sus trabajadores, a pesar de que un 85% de ellas ha recibido el subsidio a la planilla por parte del Estado.
Así estamos. Una vez más, la élite del Perú demuestra no estar a la altura de las circunstancias.
-La del estribo: una muy mala noticia el despido de Dante Trujillo, uno de los mejores editores del país, de la dirección del Fondo Editorial del Congreso. Crimen de lesa cultura.
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