Las epidemias no son siempre iguales. Un buen ejemplo es el llamado COVID-19 que a diferencia del dengue que es transmitido por un mosquito, este virus se transmite de persona a persona y con gran rapidez. Por eso, una vez adquirido el virus, la persona, por lo general, se convierte en víctima y victimaria, por la simple razón que sufre las consecuencias del virus y se convierte, al mismo tiempo, en un agente de contagio. A diferencia de otras epidemias, como el dengue o el cólera, que llaman a la cooperación como una forma de combatirlas, el COVID-19 nos obliga al aislamiento y a la llamada “distancia social”.
La paradoja es que ahora la mejor manera de cooperar es separándonos los unos de los otros, lo que alienta, en mi opinión, el individualismo y el “sálvense quien pueda”. Además, como toda epidemia, nos descubre las diferencias sociales. Los de “arriba” pueden “resistir” mejor y por más tiempo el confinamiento que los de “abajo”. Son estos últimos los que salen para comprar y vender, muchas veces, el mismo día. Es decir, se come si se vende como lo muestra todos los días el mundo de la informalidad.
Según información de la APEIM del 2019 en el Perú urbano y rural un 55,3% de los hogares no tiene refrigeradora (en el sector urbano la cifra de los que no tienen este artefacto es un poco más de un tercio). En el caso de Lima donde el 85% tiene refrigeradora, en los sectores A y B el 99% tiene este artefacto, en el sector C el 91%, en el D 65,7% y en el E 34,6%. Otro dato importante, según el INEI, es que solo un 12% en el área urbana tiene una tarjeta de crédito. Si relacionamos ambos datos (refrigeradora y tarjeta de crédito) se puede afirmar que un buen porcentaje de personas, en el país y en Lima, tiene que salir a la calle a comprar (también a trabajar) al día y al menudeo, ya sea porque no tiene refrigeradora y/o porque tiene que pagar en efectivo, y con sus ingresos del día, lo que compra.
Por eso, me parece que estamos llegando a un punto en que no basta el enclaustramiento voluntario y la “distancia social”, medidas necesarias, por cierto; menos la política del miedo que se basa en la idea de que estamos en “guerra”. Necesitamos también la participación de las “víctimas”, es decir de la sociedad y en especial de las organizaciones sociales que hoy existen, sobre todo, en el mundo popular. Según el INEI estos programas que son al mismo tiempo redes sociales como los Comedores Populares y los Clubes de Madres benefician al 45,8% de los hogares con jefe/a desocupado/a del área urbana beneficiarios, mientras que el en el área rural alcanza el 33,7%. A ello habría que sumar las organizaciones vecinales, juveniles, sindicales, etc.
Como dice Marcos Cueto, las epidemias, además de mostrar el heroísmo y dignidad de aquellas y aquellos que las combaten, nos revela lo mal que anda nuestro sistema de salud como también inhumanidad de la pobreza y una cultura de la sobrevivencia que coquetea con la muerte, y que se expresa de manera abierta en los sectores populares.
Pese a los esfuerzos heroicos de muchos, no se puede sanar una gran herida con una “curita”, sino con un trabajo colectivo. No bastan las buenas intenciones de un Presidente, que nos dice todos los días cómo nos debemos comportar y que nos da esta suerte de partes de cómo va la “guerra” contra el virus. Se requiere el aporte de todos y todas las peruanas. Para que también juntos discutamos cómo reconstruiremos nuestro país.
Alberto Adrianzén. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.