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“¿Si llevo el virus a mi familia?”: Cómo el temor en médicos afecta su trato con pacientes

La incertidumbre y el miedo frente a una situación sin precedentes ha llevado al personal de salud a modificar la forma de atención con sus pacientes.

Médico revisa goteo intravenoso de uno de sus pacientes con COVID-19, en el hospital Oceanico en Niteroi, Río de Janeiro, Brasil. | Foto: Carl de Souza / AFP
Médico revisa goteo intravenoso de uno de sus pacientes con COVID-19, en el hospital Oceanico en Niteroi, Río de Janeiro, Brasil. | Foto: Carl de Souza / AFP

En medio de esta crisis sanitaria sin precedentes que ha impactado de forma intempestiva a todo el mundo, los trabajadores de la salud han estado luchando desde la primera línea de batalla para salvar la vida de miles de personas del nuevo coronavirus.

Sin embargo, al mismo tiempo, este “enemigo invisible” ha amenazado sus propias vidas. Según el informe de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, solo en Estados Unidos alrededor de 84.557 personas de atención médica han dado positivo a COVID-19 y más de 460 han muerto.

Ante estas preocupantes estadísticas, es inevitable que el miedo y la incertidumbre invadan al personal de salud, quienes aún deben continuar tratando directamente con el virus. Esta situación ha desencadenado que médicos y enfermeras mantengan su distancia y su relación con los pacientes se vea afectada.

Desde The Conversation, han recogido una serie de testimonios de médicos que están involucrados directamente en la lucha contra el coronavirus para visibilizar sus experiencias. Una de ellas es Liza Buchbinder, quien trabaja en Medicina Interna y como antropóloga en la UCLA Health, Universidad de California, en Los Ángeles.

“Mis interacciones en el hospital con una mujer sospechosa de tener COVID-19 me mostraron cómo el miedo al contagio podría afectar mi convicción de mantener una presencia compasiva en el cuidado de los pacientes”, declara Buchbinder, haciendo referencia a una situación que vivió a mediados de marzo con una joven afroamericana que padecía diabetes tipo 1.

“Las complicaciones crónicas de su enfermedad llevaron a insuficiencia renal, y ella estaba en la UCI la noche que me llamaron. En el transcurso de esta hospitalización, ella desarrolló fiebre y tos que provocó la prueba de COVID-19”, explica Buchbinder. La paciente fue puesta en “aislamiento de contacto mejorado”, mientras se esperaba los resultados de su prueba, que tardó entre cinco y siete días.

La doctora detalla que, en ese entonces, los CDC recomendaban el uso de protección completa solo con pacientes que cumplían los criterios para “personas bajo investigación”. Para atender a la joven, Buchbinder quería protegerse utilizando una mascarilla N95, pero “habría roto la política del hospital”, ya que esas estaban reservadas para “pacientes sometidos a procedimientos de ‘aerosolización’”.

En búsqueda de una solución y evitar contacto directo, Buchbinder se comunicó con su paciente vía telefónica. “Ella expresó su frustración porque su médico de cabecera no estaba disponible”, relata. “Ella expresó sentirse encerrada y discriminada por su raza. También me habló de la visita de su madre ese día, cómo pudo verla solo brevemente a través del cristal”.

“En condiciones anteriores a la COVID-19, habría ido a verla”, afirma Buchbinder. “Pero ahora el cálculo del riesgo había cambiado e iba más allá de la seguridad personal. Si me enfermo, ¿quién cubrirá mis turnos? Si los casos de coronavirus aumentan, ¿estaré disponible? ¿qué pasa si le traigo el virus a mi familia?”.

Tres meses después de esa situación, Buchbinder destaca que ahora “las condiciones han cambiado”, ya que siguiendo un buen protocolo de EPP “y el ejemplo de compañeros de trabajo que atraviesan unidades COVID-19 con profesionalismo ininterrumpido, me siento más cómoda trabajando en la nueva normalidad”.

No obstante, asevera que “existen diferencias inconfundibles en comparación con la práctica de la medicina pre-pandemia”, como un mayor monitoreo de pacientes por medio de robots, exámenes físicos restringidos y la falta de la presencia de los familiares.

Buchbinder también enfatiza que se ha experimentado “un cambio dramático hacia la telemedicina”, donde los líderes en salud digital “imaginan un futuro donde ‘las visitas en persona son la segunda, tercera o incluso la última opción’”. Además, se cuestiona si “¿esta desconexión afectará aún más las interacciones médico-paciente?”.

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