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Todo sugiere que somos los únicos seres inteligentes en el cosmos: ¿Fuimos producto de una lotería?

La ciencia sigue buscando respuestas. Al respecto, mediante un artículo publicado en The conversation, el profesor Nick Longrich afirmó que la evolución de la inteligencia se da en 1 caso entre 10 millones.

Radiotelescopios de SETI | Foto: Difusión
Radiotelescopios de SETI | Foto: Difusión

“Existen dos posibilidades: que estemos solos en el universo o que no lo estemos. Ambas son igual de terroríficas”, decía el escritor y científico británico Arthur C. Clarke, una de las mentes más influyentes de la segunda mitad del siglo XX. En cambio, Carl Sagan, otrora conductor del documental televisivo Cosmos: un viaje personal fue más entusiasta: “El universo es un sitio bastante amplio. Si solo estamos nosotros, me parecería un auténtico desperdicio de espacio”.

Al igual que estas dos eminencias de la divulgación científica, el profesor de Paleontología y Biología Evolutiva de la Universidad de Bath, Inglaterra, Nick Longrich, a través de un interesante artículo publicado en The Conversation, manifestó su inquietud por la vida en otros planetas.

Nick Longrich | Foto: Universidad de Bath

Nick Longrich | Foto: Universidad de Bath

El catedrático destacó que las adaptaciones al entorno de los seres vivos pueden ser excepcionales; por lo tanto, cabe la probabilidad que seamos producto de una especie de azar, algún acontecimiento aislado, como la impronta de un Deux ex machina, en otras palabras, la ‘locura de la lógica’.

La Vía Láctea está arropada por más de 100.000 millones de estrellas, y en cada una de esas luminiscencias hay cuerpos celestes, potenciales albergues de animales, plantas e incluso especies semejantes a la nuestra. Sin embargo, Enrico Fermi (1901-1954), físico italiano que aportó a la tesis cuántica, se cuestionaba a sí mismo: Si el universo está repleto de vida, ¿dónde se han metido todos? Y, pues, vaya, no los hemos encontrado.

Profesor Enrico Fermi | Foto: Getty

Profesor Enrico Fermi | Foto: Getty

“Por desgracia, no podemos estudiar la vida extraterrestre para responder a esta pregunta. Pero sí podemos estudiar los casi 4.500 millones de años de historia que tiene la Tierra", se lee en el artículo de Longrich.

Para el profesor de la Universidad de Bath, la clave radica en observar si la propia evolución es repetitiva, cíclica o inevitable. Inmediatamente, puso como ejemplo al tilacino de Australia, conocido como lobo de tasmania, el cual tenía una bolsa parecida a la de los canguros. Hay que tomar en cuenta, así mismo, el crecimiento de ojos y mandíbulas en artrópodos y vertebrados, muchos de ellos originarios de distintos continentes.

Ejemplar de tigre de Tasmania en la jaula de un zoológico / WHITLEY PAPERS / AUSTRALIAN MUSEUM ARCHIVES

Ejemplar de tigre de Tasmania en la jaula de un zoológico / WHITLEY PAPERS / AUSTRALIAN MUSEUM ARCHIVES

Más adelante, mencionó a los eumetazoos, “animales complejos dotados de simetría, boca, tubo digestivo, músculos y un sistema nervioso”. Aquí surge la disyuntiva, pues, según el catedrático, esta especie es la madre del linaje biológico. “Los animales complejos evolucionaron una sola vez en la historia de la vida, lo que da a entender que son improbables”, añadió.

Otro problema descansa en las redes del tiempo. La fotosíntesis modificó sus procesos y mejoró en 1500 millones de años después de la formación de la Tierra; caso similar al de los animales y la inteligencia humana. “El hecho de que estas innovaciones sean tan útiles pero tardaran tanto en evolucionar implica que son increíblemente improbables", complementó Nick Longrich.

Ahora pensemos en números. De haber filtros evolutivos, el nacimiento de la vida sería como ganar la lotería una y otra vez y otra vez. ¿Somos capaces de imaginarnos tamaño favor del destino? ¿Qué nos haría pensar, entonces, que otros planetas obtuvieron las mismas ‘cartillas’ respecto a nosotros?

“Supongamos que la inteligencia depende de una cadena de siete innovaciones improbables —el origen de la vida, la fotosíntesis, las células complejas, el sexo, los animales complejos, los esqueletos y la propia inteligencia–—, y que cada una tiene un 10% de posibilidades de evolucionar”, acotó el autor del artículo.

Con dicha condicional, las opciones de que la inteligencia predomine por sobre las demás se reducen a un margen de 1 entre 10 millones. Y suponiendo que cada una de estas innovaciones funcionase el 1 % de las veces, la probabilidad de reclamar el premio mayor sería 1 entre 100 billones. Sí, ¡100 billones!