Es sabido que hay a quienes el tema del romance se les da con mayor facilidad. Quienes tenemos menos suerte debemos aceptar esa verdad y ponerle empeño, si es necesario. Existen unos sapos alemanes que deben desplazarse de madrugada hasta un estanque, en la ciudad de Hamburgo, para encontrar señoritas sapo que estén dispuestas a la tarea de apareamiento. Cuando el ambiente ha calentado un poco y se torna propicio, trepan sobre los lomitos de sus enamoradas y se entregan a la pasión. En medio de eso, explosionan. Explosionan de verdad, no como eufemismo del orgasmo anfibio. Paté, esa pastita de hígado que hace de un pan francés una fiesta. A los cuervos que merodean el estanque en Altona, Hamburgo, les fascina. Por eso esperan desde los árboles a que los sapos hayan convencido a sus hembras y se encuentren en medio del acto sexual para, de manera sigilosa, abrirles con el pico un costado del lomo y extirparles el hígado, hecho del que los afanosísimos amantes no se dan ni cuenta. Los cuervos malos tienen la maldición de ser falsos e ingratos, cantaba nuestra Carmencita Lara, la dama de los valses tristes. Vaya que tenía razón. Ya sin hígado y con un huequito en la espalda, el sapo suspira de amor profundo y sus pulmones se inflan volviéndolo un globo que de pronto se revienta, haciendo un gran ruido y lanzando al sapo bomba unos metros más allá de su pareja. Tragarse el sapo es una frase popular que significa verse alguien obligado a aceptar un hecho que genera fastidio. Eso es lo que le toca a la sapa, que después de la sorpresiva desaparición de su novio no recibe explicación ni lo vuelve a ver. Frente en alto amiga, que pronto será noche y el estanque sigue ahí.