Hace muchos años evocando mi primer encuentro con la narrativa de Oswaldo Reynoso, escribí: “Recuerdo que compré Los inocentes en un kiosko de La Colmena y apenas leí la primera frase sentí la urgencia de leer todo el libro. Mi pensión estaba lejos y como carecía de dinero para entrar a un bar y pedir un café, opté por subirme al tranvía de la ruta a Chorrillos. Era la hora en que los oficinistas volvían a sus casas, pero como era el paradero inicial pude hallar asiento en el acoplado y es todo lo que recuerdo, pues enseguida me sumergí en la lectura... Cuando levanté la vista del libro el tranvía llegaba al parque de Barranco. Recuerdo que me bajé y caminé al borde del mar y me sentía triste y eufórico a la vez porque el libro que acababa de leer me abría todo un camino para escribir sobre el mundo de mi propia adolescencia”. Un año después conocí a Oswaldo en el Palermo, en seguida nos hicimos amigos y lo que fue más importante descubrimos nuestra común adhesión al marxismo. De modo que a propuesta de Oswaldo fundamos la revista Narración donde, con el concurso de importantes narradores de los años 50, 60 y 70, luchamos por llevar a la práctica nuestras propuestas creativas y nuestras inquietudes políticas de crítica y oposición a la cultura oficial vigente. Hace pocas horas me he enterado de la muerte del querido y controversial Oswaldo Reynoso. La última vez que me encontré con él, después de habernos dejado de ver durante algunos años fue en Arequipa en diciembre pasado. Y ahí estaba Oswaldo: a los 83 años seguía siendo el joven radical de siempre, exuberante y alegre amante de la vida, que persistía en su apuesta por el advenimiento de un nuevo orden social justo pero también libertario, pues aspiraba a que cambiasen los fundamentos mismos de la vida.❧