Hace menos de dos semanas se cumplieron 33 años de la muerte de uno de los poetas más amables (que se hacen amar) de nuestro país. Ese mismo día, Gryzel Matallana, su sobrina, publicó una antología dirigida al público adolescente con el temor de que la obra de su tío caiga en el olvido. ,“Estoy tan triste ahora que si alguien se acercase me amaría”. Extracto de Círculo, poema de retorno a mi cuarto. La escena se repetía varias veces a la semana. El “tío Gonzalo” llegaba a la vieja casa en Magdalena tarde ya, cuando las luces se habían apagado. El golpe de la puerta anunciaba su presencia en la silenciosa vivienda o era, quizá, el olor de la bebida ingerida esa noche por el poeta a modo de bálsamo para acariciar su alma frágil e inerme, y siempre afligida por sus soledades. El segundo anuncio de la presencia de Juan Gonzalo Rose era el sonido de las melancólicas notas de los tangos de Piazzolla. Grizel Matallana, sobrina de una de las figuras más representativas de la Generación del 50, recuerda siempre esa escena que se repetía una y otra vez, como aquellos sueños recurrentes de los que uno no escapa. Y el tío Gonzalo, ahí, en la penumbra de su dormitorio, absorto en sus pensamientos, acompañado solo por las tristes y dulces melodías argentinas. El abandono marcó la vida de Juan Gonzalo Rose: el alejamiento temprano de sus padres, cuando dejó Tacna para venir a estudiar en un colegio de la capital; el abandono de lo suyo durante la dictadura de Odría, cuando fue desterrado a México por seis años; el abandono de una estabilidad sentimental, pese a que tuvo una hija, y finalmente, según él creía; el abandono de la inspiración poética, que apenas iniciados sus cincuenta años lo hacía sentir vacío y estéril. Hace menos de dos semanas, el 12 de abril último, se cumplieron 33 años desde que a Juan Gonzalo se lo llevó la cirrosis y una tristeza incurable. Ya en marzo de 1980, el poeta se declaró deprimido en una conmovedora y brutalmente honesta entrevista que le hizo César Hildebrandt para la revista Caretas. El golpe emocional final podría haber sido la muerte de su madre, en 1981. La cirrosis acabó con su cuerpo ese abril de 1983, en el famoso piso 13 del hospital Eduardo Rebagliati, al que llegaban alcohólicos, drogadictos y personas con problemas emocionales. -Me pregunto si usted sería tan triste si no hubiera conocido el exilio y la soledad, Es decir, me pregunto si su vida afectiva podría haber sido otra de no mediar algunas circunstancias, le preguntó el periodista. -Pero yo creo, más bien, que en la semilla, que en el espíritu, está la derrota esperando. Las circunstancias trabajan una arcilla ya hecha, ya cuajada. En esa arcilla ya estaba escrita la derrota... Yo nací para ser derrotado, respondió el poeta. Antología poética Ese mismo 12 de abril que se cumplieron 33 años de la muerte del "poeta de la ternura", llamado así por la potente inocencia y simpleza de sus versos, Grizel Matallana presentó el libro "Juan Gonzalo Rosé. Antología poética", una edición ilustrada de los poemas de su tío, dirigida a un público adolescente. Juan Gonzalo Rose es un "hurgador de bellezas recónditas" y de la "ternura de lo cotidiano", escribe el poeta Marco Martos en el prólogo. El libro reúne poemas de sus cinco libros fundamentales: "Cantos desde Lejos" (1957), "Simple canción" (1960), "Las comarcas" (1964), "Informe al rey y otros libros secretos" (1963– 1967) y "Hallazgos y extravíos" (1968). Grizel, de paso por Lima, cuenta que eligió los poemas de acuerdo al impacto que estos tuvieron en ella, cuando comenzó a leer la obra de su tío, hecho que coincidió con la etapa en la que también vivió junto a él y su abuela Jesús, en la casa de Magdalena. Matallana afirma que la idea de editar esta antología para adolescentes nació hace un par de años, por el temor personal de que las nuevas generaciones no conozcan su obra y, finalmente, la figura de Juan Gonzalo sea olvidada. Pero quién que haya leído alguno de sus poemas podría olvidarlo. Solo quienes lo conocieron afirman que existe una parte del poeta más conmovedora que su poesía: sus últimos años de vida, aquellos en los que siempre se le encontraba en un bar de Lima, solo y encorvado frente a algún elixir balsámico.