Marcelo Ghio Decano de la Facultad de Diseño y Comunicación de ISIL La zona de confort tiene muy mala prensa. Y es natural que así sea, ya que se ha definido como un espacio pasivo que anula el sentido del riesgo, un refugio estable para aquellos que han renunciado a tomar la iniciativa para transformar la realidad que “les toca” vivir. La psicología y el coaching lo explican claramente, y a través de diferentes técnicas proponen a las personas romper esa neutralidad para encontrarse en la verdadera dimensión de sus sueños y alcanzar las metas que se propongan –si es que acaso las tuvieran–. Pero permítanme la hipótesis de jugar en pocas palabras a reconsiderar esta visión y agregar un nuevo significado a nuestra dichosa zona de confort. Un significado que nos permita entenderla desde la zona del placer, con el confortable ejercicio de nuestros saberes profesionales desde un espacio conocido que lejos debe estar de la quietud y la pasividad. Estar en confort no significa necesariamente estar inmóvil, sino encontrar lo gratificante y productivo que puede ser hacer las cosas desde allí. Proponer el cambio desde donde nos sentimos cómodos resulta así un desafío creativo interesante. Es sumar en lugar de romper para reconstruir. Algo similar sucede con el término “sacrificio”. Desde lo personal, no creo en el sacrificio para alcanzar metas. Que no se me malinterprete: creo en la pasión y la entrega. El sacrificio implica hacer algo “a pesar de”, mientras que la pasión es energía positiva al servicio de las metas que nos proponemos. Por eso, propongo ser menos sacrificados y más apasionados. Menos quejosos y más amables. Menos incómodos y más confortables. Para cambiar el mundo –nuestro mundo– con una sonrisa.