Prender cualquier noticiero o abrir cualquier diario es un recordatorio de lo precarias que son las condiciones en las que millones de peruanos desarrollan parte de sus vidas. Es un recordatorio de que aún vivimos en un país en donde jóvenes pueden morir quemados porque una escoria moral los esclavizó bajo el eufemismo de una oferta de trabajo. Aquí puede morir una madre con sus niños sentada en su sala, porque en la planta baja del edificio residencial en el que vivían, alguien instaló una fábrica clandestina de colchones.Recibir noticias no es solo desgarrador porque nos recuerda ese país improbable en el que vivimos, sino porque nos muestra –sin pudor– que peor que las llamas y que la esclavitud es nuestra propia indiferencia. Porque en dos semanas ya nadie va a hablar de las vidas que se fueron en Nicolini, tampoco de lo que pasó en Chiclayo. En dos semanas serán otros los muertos que nos indignen. Y allí, en esa inercia aparentemente invencible, está el epitafio que describe lo que realmente hay: demasiada mierda.Hoy todos los fiscalizadores fiscalizan. Todos los municipios clausuran. Todos los medios denuncian más tragedias, quizás olvidando que esas denuncias –que yo denuncio también– no son noticias en realidad. No tienen nada de nuevo. Eso que nos cargó la voz y nos quebró los ojos anoche es “mañana” para millones. Es un lunes, un rato, una chamba. Así que mientras el aullido que pide más leyes y más sanciones se alce al mismo ritmo al que se alza hace 200 años de rato en rato… ¿Qué tal si nos preguntamos cuál es problema? Quizás así abrimos los ojos y cambiamos ese camino infame que venimos recorriendo. ❧¿Qué tal si nos preguntamos cuál es el problema?