El hecho político más relevante de los muchos que nublan el panorama de estas semanas convulsionadas ha sido la renuncia de Martín Vizcarra a la cartera de Transportes y Comunicaciones. Esto por el cambio de viento en la voluntad del Poder Ejecutivo frente al proyecto del aeropuerto de Chinchero en el Cusco. Sobre esto, creo que es fundamental señalar que hay dos asuntos igual de relevantes que tienen su origen en esta situación: el primero es la falta de pericia y norte que impera en el gobierno; el segundo es la respuesta fujimorista.El proyecto de Chinchero es uno que este gobierno asumió como propio cuando ya venía con plomo en el ala: la forma de vinculación entre el Estado y el sector privado llamó, desde el comienzo, la atención de varios expertos. Esta alerta se incrementó geométricamente con la firma de la adenda que llevaría –finalmente– al proyecto a su fracaso. La culpa de todo esto la tiene el gobierno. Por defender un proyecto cuestionado con fuerza desmedida, por el paupérrimo manejo de la información y por la falta de alineación entre los voceros del oficialismo.Así, la decisión de no avanzar con Chinchero me parece –más allá de opiniones puntillosas– comprensible. Voy más allá: la renuncia de Vizcarra al ministerio que dirigía me parece, también, razonable. Esto bajo el entendido de que este proyecto (y su defensa) fueron parte del espinazo político que el propio Vizcarra consolidó en sus meses como ministro. Ahora bien: que algunas voces del fujimorismo hayan pedido la renuncia por parte de Vizcarra a la vicepresidencia me parece una desproporción y un golpe a la estabilidad que hoy no toca.El oficialismo tiene que definir su ruta, pero el fujimorismo también. ❧