Varias voces del Frente Amplio han dicho que en Venezuela no hay una dictadura, sino un autoritarismo competitivo. Estas declaraciones han generado escozor entre quienes creemos en la democracia y en las instituciones. La respuesta que desde la otra orilla se nos ha dado es que no debería importar lo que en Venezuela sucede, si Verónika Mendoza ha dicho que ella no pretende imponer un modelo como el de Caracas. La cuestión está en que la secuencia de ideas que algunos miembros del Frente Amplio suscriben arrastra dos vicios argumentativos: el primero es que se puede, efectivamente y con corrección, encajar a la situación venezolana dentro del tipo teórico que Levitsky describe como “autoritarismo competitivo”. El problema, entonces, no está ahí. El problema está en que se pretenda categorizar al gobierno de Fujimori como una dictadura (y no como un autoritarismo competitivo). Esto es un problema porque es imposible decir que Maduro es autoritario y Fujimori fue un dictador: en términos de respeto a la democracia, los dos están en el mismo saco. Así que o los dos son dictadores o los dos son autoritarismos competitivos. Pero eso de salvar a uno y empujar al otro les hace un flaco favor a las credenciales democráticas del Frente Amplio. El segundo vicio está en atacar a la constante voluntad de querer hablar sobre Venezuela. Solo hay dos formas de conocer la estructura de ideas de quien pretende gobernar el país sin caer en un discurso demasiado teórico: conocer sus opiniones sobre el pasado, o conocer sus opiniones sobre realidades distintas a la peruana. Nos queda claro que la señora Mendoza no busca ‘venezuelizar’ al Perú; Venezuela está destruida. Lo que pasa es que queda claro también que los ideólogos del Socialismo del Siglo XXI tampoco buscaban llevar a Venezuela a donde hoy está. La realidad, sin embargo, es la que les impone a los proyectos populistas contextos como el venezolano. Preguntar por Venezuela es válido y necesario. Como lo es preguntar por el fujimorismo.