El quiebre de Bolsonaro
La pésima gestión de la pandemia le está pasando factura al presidente negacionista. Aunque cuenta con el apoyo de una fracción de brasileños, su popularidad se diluye a medida que sube el número de los muertos por coronavirus, que esta semana llegó a 4 mil en 24 horas. Los que fueron sus aliados políticos toman distancia.
Su último gesto de desprecio a la crisis sanitaria por el coronavirus quedó televisado mientras celebraba su cumpleaños número 66 en marzo pasado. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, convocó a una multitud en los exteriores del Palacio de Alvorada, que no guardó distanciamiento social y a la que repartió rebanadas de pastel, no sin antes lavarse las manos en uno de los estanques de la residencia oficial.
“Si alguien cree que entregaremos nuestra libertad, está equivocado, el pueblo quiere trabajar”, les dijo a sus encendidos seguidores subrayando otra vez que la economía es más importante que la salud del pueblo brasileño.
Bolsonaro coronó así su negacionismo frente a la crisis de la COVID-19, actitud que lo llevó a comparar la enfermedad con una simple gripe, a no usar mascarilla en sus apariciones públicas, a criticar a los gobernadores que implantan cuarentenas y aislamiento social en sus estados, y a hacer oídos sordos de la comunidad científica brasileña que advertía un futuro apocalíptico si no se tomaban medidas restrictivas desde el gobierno federal. Ese futuro ya lo viven hoy los brasileños.
La segunda ola del coronavirus es un tsunami que esta semana se llevó algo más de cuatro mil vidas en un solo día, la cifra más alta desde que comenzó la crisis sanitariayqueseacrecentóconla aparición de la cepa P.1, una mucho más contagiosa. En Brasil, la gente se muere en la puerta de los hospitales por falta de oxígeno, los cuerpos son trasladados en ómnibus escolares y los entierros se realizan en la noche para atender la alta demanda. Suman más de 350 mil los muertos y el país se convierte en el nuevo epicentro de la pandemia mundial.
El cirujano cardiovascular Omar Pozo, un peruano radicado en Sao Paulo desde hace catorce años, vio por televisión la celebración del cumpleaños del presidente. En la pantalla todo era fiesta y caras con la masca- rilla mal colocada o sin ella. En la UCI del Hospital del Servidor Público Municipal, donde labora en primera línea contra la COVID-19, la realidad era menos festiva: una treintena de pacientes en estado grave, con saturación bajísima y casi inconscientes esperaban por una cama libre. Alguien debía ser dado de alta o morir para ocupar su lugar.
“Brasil tiene una de las mayores estructuras de salud del mundo y estamos colapsados, el gobierno no planificó, el Ministerio de Salud no tuvo un plan para afrontar una segunda ola de características mucho más virulentas”, dice el doctor Pozo a quien le resulta inadmisible que Bolsonaro haya cambiado cuatro veces de ministro de salud durante la crisis sanitaria y que el penúltimo, Eduardo Pazuello, haya sido un general del ejército, cuando convenía tener personal sanitario a la cabeza.
El médico señala que los hospitales se están quedando sin medicamentos: “En las UCIs se han acabado los sedativos para los pacientes intubados, los médicos los reemplazan con relajantes musculares. En los hospitales públicos y privados se deshabilitan los pabellones de cirugía para llenarlos de camas UCI, es impresionante”.
Y la vacunación avanza a paso lento. Hasta hace poco, Bolsonaro no era un entusiasta de la vacuna. En noviembre pasado dijo que no se inocularía a pesar de haberse contagiado meses atrás. Esto explicaría porqué el Gobierno federal demoró las negociaciones con los laboratorios. Incluso se supo que no respondió una oferta de Pfizer y rechazó la compra de 46 millones de dosis de la china CoronaVac.
El doctor Pozo afirma que solo se ha inmunizado al 10% de lapoblación:”Brasil tiene la capacidad de producir sus propias vacunas. Sin embargo, por retrasos en la gestión de importación de insumos, recién están empezando a trabajar en una”. Se refiere a la Buntavac, que será producida por el Instituto Butantán de Sao Paulo, cuyo gobernador Joao Doria, una de las caras de la lucha contra la pandemia y fuerte opositor de Bolsonaro, ha anunciado que la distribuirá en julio.
A pesar de su mala gestión de la pandemia, Bolsonaro aún goza de la simpatía de un número considerable de seguidores. La premiada periodista de Folha de Sao Paulo, Patricia Campos, explica que estos representan una parcela de la población brasileña conservadora que fue dejada de lado durante varios años por los partidos de centro izquierda que estuvieron en el poder.
“Recuerda que los bolsonaristas están muy presentes en las redes sociales y tienen blogueros y youtubers de derecha extrema que hablan de una realidad paralela en la que el Congreso y la Corte Federal Suprema no dejan gobernar al presidente y ven a todos como una amenaza comunista. Son ellos los que acreditan el uso de la hidroxicloroquina, no respetan el aislamiento social y no usan mascarilla”, explica Campos. Sin embargo, la popularidad de Bolsonaro se está desinflando a medida que suben los muertos por la crisis sanitaria. Una encuesta de Datafolha reveló que el 54% considera su trabajo “malo” o “muy malo”, mientras que el 43% señala al presidente como el principal culpable de la fase aguda de la pandemia.
En los últimos meses, algunos manifestantes, incluso los que en algún momento lo apoyaron, marcharon en su contra, pero aún no suman miles. Actualmente, la Cámara de Diputados tiene más de 60 solicitudes para llevarlo a juicio político, pero ninguna se ha discutido, pues el actual presidente de la cámara, Arthur Lira, aliado de Bolsonaro y electo con su apoyo, considera que no hay suficiente presión popular en las calles. Sin embargo, al cierre de esta edición, un juez de la Corte Suprema de Brasil ordenó al Senado instalar una comisión de investigación para esclarecer presuntas omisiones del Gobierno en la gestión de la pandemia.
Los políticos que alguna vez formaron parte del círculo de Bolsonaro son hoy sus contrincantes políticos. Su ex ministro de la Secretaría General, el general Carlos Santos Cruz, es opositor del Gobierno y niega cualquier confabulación de los militares. El exministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, que fue despedido por Bolsonaro por defender el aislamiento social, es precandidato para las elecciones a la presidencia de 2022.
Los empresarios y banqueros, que antes de la pandemia lo apoyaban, están en contra de su negacionismo y su resistencia a cumplir con la agenda liberal que prometió: “Están viendo que poquísimas reformas han salido del papel, y que el Gobierno está interviniendo en la economía como, por ejemplo, en el caso Petrobras, y además hay inflación del mercado financiero, el precio del dólar está muy elevado”, señala Campos.
La robusta figura del desbocado capitán retirado se resquebraja. Puesto en alerta, cambia de estrategia y modera su discurso: esta semana dijo que se vacunaría si se lo recomiendan, y sobre las restricciones comentó que “el Gobierno buscará un término medio para no perder más trabajos”.
El doctor Pozo considera este cambio como puro cálculo político ya que tras de él se ha levantado una sombra del pasado. El expresidente Inácio Lula da Silva, quien fue procesado por corrupción, regresó a la arena política tras la anulación de las sentencias en su contra. Las encuestas ya lo posicionan como el favorito para las elecciones del 2022, muy por arriba del ultraderechista, quien alguna vez dijo sobre las muertes por la pandemia: “Todos vamos a morir, tenemos que dejar de ser un país de maricas”.