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Cultural

Ayacucho: Carnaval de las guitarras rebeldes en Cerro Waswantu

Tradición y memoria. Desde el epicentro del carnaval en estilo “pumpín”, La República recoge los cantos y coplas de una comunidad ayacuchana asolada antaño por el conflicto armado interno.

Ese sonido que brota desde las entrañas de las guitarras del cerro Waswantu no es música. Ese sonido es un grito. Un grito agudo. Un grito agudo de protesta y reflexión. Ese sonido es también el grito de la memoria popular de comunidades ayacuchanas que fueron golpeadas, en tiempos idos, por el conflictos armado interno.

El viento silva en las alturas del cerro Waswantu. Cuentan los pobladores que este paraje, ubicado a unos cuatro mil metros de altitud, era antaño el escondite de amores furtivos de chicas y jóvenes que venían desde Huancapi, Cayara, Huancaraylla y Colca, distritos todos de la provincia Víctor Fajardo.

En la década de los años setenta, esta locación se convirtió en el epicentro de los concursos de carnavales en el estilo de la guitarra aguda del “pumpín”.

Ya en los ochenta, según documentó el investigador Jonathan Ritter, en Waswantu se radicalizó el “pumpín”, con el surgimiento del grupo terrorista Sendero Luminoso. Sobre la marcha, los cantos que aludían a la llamada “revolución” fueron reemplazados por cantos testimoniales que denunciaban los abusos del Ejército.

Guitarra peculiar

Han pasado tres décadas y en las alturas del cerro Waswantu Henry Ramos Huamán pasea el sonido agudo de su guitarra que no ha sufrido mayor variación.

La guitarra del estilo “pumpín” es rebelde en su diseño. A diferencia de sus hermanas de Huamanga, que funcionan con seis cuerdas de nailon, la guitarra de Waswantu grita con doce cuerdas, todas de metal.

Para garantizar el sonido agudo, la mayoría de músicos utiliza un puente de accesorio en el noveno traste del instrumento. “A veces podemos subir hasta el décimo traste, dependiendo de la voz de las cantoras”, explica Henry Ramos Huamán, guitarrista de Huancapi.

La guitarra del estilo “pumpín” es también rebelde en su afinación. La tercera y la sexta cuerda son ajustadas en Fa sostenido. Según pude constatar, esta afinación les permite ejecutar la línea melódica aguda y los bajos al mismo tiempo, con la ayuda del puente. Todas las canciones terminan en Sol menor sostenido.

Este acorde de tonalidad triste encaja con las voces femeninas que preparan letras testimoniales en quechua para cada concurso, como ocurre esta tarde de febrero en Waswantu.

Protesta y memoria

Yoel Oré Meza, otro guitarrista veinteañero, ensaya con su conjunto “Los Rosales de Llusita” cantos en quechua que denuncian la falta de atención ante el problema de la anemia y hay otras letras que protestan por la contaminación minera. Horas después, serán proclamados como los ganadores.

El grupo “Sumaq Sunqu de Cayara” trajo letras sobre los candidatos al Congreso, advirtiendo que cualquiera que ingrese se olvidará de los pobres. Siempre en un canto agudo. Siempre en quechua.

En paralelo con el concurso, un conjunto de nombre “Siwargente” se desplaza por la planicie como parte de la farra. Paulina Tinco y su hermana Reyna cantan para el deleite propio y también para hacer memoria:

Taytallanta, mamallanta, Huanuchiptiki, soldadito

(a mi padre, a mi madre, el soldadito los ha matado)

Piraq, mayraq, wawayninqa. Piraq, mayraq, educanqa

(quién verá por mis hijos, quién los educará)

Ambas se quiebran y explican que los padres de sus hijos fueron asesinados durante el conflicto interno. Al fondo, las guitarras rebeldes del carnaval prolongan las melodías de estos cantos que son la memoria del pueblo.