Homenaje. Hace un año, en agosto, murió Gregorio Martínez. Aquí una lectura que revisita su formidable novela.,Por: Miguel Arribasplata Para Mario Vargas Llosa, la crítica literaria actual se ha tornado difícil de leer, con sus jeroglíficas deconstrucciones que apuntalan la literatura a una artificiosa idealidad y, a veces, en su afán por reducir la novela a una experimentación con las formas gramaticales, se obvia lo ideológico, lo psicológico y lo histórico, que es lo sustancial de toda buena literatura. Así, sin contacto alguno con la realidad exterior, en algunos casos, se proscribe la veta popular, la oralidad, lo festivo, la celebración de la vida en obras como Canto de sirena, de Gregorio Martínez. Al cumplirse un año del fallecimiento del escritor coyungano, queremos asediar algunas bondades narrativas de Canto de sirena. Celebrar a Candelario Navarro, personaje principal de la novela de Martínez, personaje popular por sus cuatros costados. Criado entre la doctrina y la tentación inició su afición lujuriosa aún ternejón nada menos que en su patrona, doña Marcela Denegri. Este gesto, más allá de la vitalidad sexual que aflora de sus acciones, marca una señal de pugna o de lucha con el que está arriba socialmente hablando. PUEDES VER Falleció el gran poeta José Ruiz Rosas a los 90 años En la novela se refiere que el padre de don Candico lo engendró después de comer seco de gato para que se conserve intacto para el cachondeo y también para la protesta. Porque en Candelario un tema es su naturaleza, su formación festiva y pueblerina, pero otra sus ideas, que las tiene claritas. Leyendo la vida y milagros de Candelario Navarro, sabemos que recorrió la Ceca y la Meca, y tras vivir treinta y dos años de andaje y peligardio al filo del catre, trabajando y juzgando a medio mundo, volvió a su Coyungo, solo, sin perro que le ladre. Ese es otro rasgo de este personaje, la soledad que lo transita, de ver a veces la vida como un páramo. Esa soledad que no solo es suya, como individuo, sino de sus copaisanos y el destino que llevan como peones o trabajadores de hacienda en donde, él lo sabe, solo se acabará cuando en sus corazones la rebelión empiece como esas llamas que nacen pequeñas y terminan siendo candelas que incendian los bosques. Ese instinto de protesta y rebelión lo sintió desde pequeño, sobre todo ante don Félix Denegri, que era dueño de toda la comarca, desde Chocavento hasta Cerro Colorado y no contento con tener la tierra entera de cabo a rabo, quería las lomas de Pongo. Solo una angina acabó con ese peligro y esa ambición. Revelador es el pasaje cuando Candelario niño tiene que recoger las órdenes que el patrón le daba a través de papeles que arrojaba al suelo. El niño, con instinto de justicia, cuando tiene que llevarle al hacendado un vaso de agua pura, filtrada, no sin antes introducir su miembro en la límpida agua. Siempre tendrá pensamientos inconformes, incluso dice que un día se unirán todos los que no tienen adónde caerse muertos y de un empujón arrimarán a los cogotudos, que se han hecho dueños de cuanto hay en el mundo y decirles que esto se acabó, que es hora que se rompan el lomo para que aprendan a ganarse el bitute. El criterio de la ciencia, religión, filosofía campesina, también ronda la cabeza de Candelario Navarro, sobre todo cuando expone una versión original de la creación del mundo y de la humanidad. Fundamenta que Adán y Eva no son los únicos que han dado origen a la humanidad. “Negra pare negro y chola pare cholo”, a él no le vengan con el cuento de que Eva parió pintado. Preguntas terrestres Como todo científico, siempre está lleno de preguntas, quiere descifrar los dibujos hechos de la carcoma, esa escritura infinita que dicen que es el enredijo de la escritura de Dios. Otra preocupación también es saber dónde se encuentra la otra orilla de la mar, ver a María Gu para hablarle de la civilización de las totoras y, si puede, enredarse con ella. También está el quererse explicar todo lo que el sabio Julio C. Tello indagó sobre el Perú prehispánico. En otro aparte, es autocrítico, cuando cree haberse contagiado del egoísmo de los blancos y se vuelve malo, tacaño, hasta por una rama de sauce. El recinto donde el reparto de lo sensible faculta que la palabra tenga trayectoria viva, y sea un dique contra el olvido y a favor de la memoria, eso se manifiesta en Canto de sirena. Gregorio Martínez ha poetizado la existencia cotidiana del mundo de los afrodescendientes peruanos, incorporando a los peones y seres subalternos como protagonistas esenciales del devenir histórico y social. Una novela que es un canto a la vida.