Coronavirus: ¿Cuáles son los distintos métodos para obtener una vacuna?
¿Cuál es más efectivo? ¿Cuál causa menos efectos secundarios? Cada laboratorio elige su propio camino para poner fin a la pandemia de COVID-19.
Según el último reporte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), actualmente hay en desarrollo 70 candidatas a vacuna contra el SARS-CoV-2, el coronavirus que causa la COVID-19. Laboratorios de todo el mundo utilizan diferentes vías para fabricar las vacunas que frenen la actual pandemia.
En todos los casos, lo primero que se requiere es aislar una cepa del patógeno que se intenta combatir. Después de esto, se realizan minuciosos procedimientos que tendrán por objetivo producir un compuesto capaz de otorgar inmunidad contra la enfermedad.
“Hace unas semanas se decía que demorarían un año (las vacunas contra la COVID-19), y ahora se habla de mucho menos, quizás seis meses. De no tener conocimiento de un nuevo patógeno a tener una vacuna frente a él en tan poco tiempo; eso es un absoluto récord”, declaró a La República Guillermo Martínez de Tejada, microbiólogo de la Universidad de Navarra, España.
Vacunas vivas atenuadas
La forma más común de fabricar una vacuna es mediante la aplicación del virus que infecta al humano en cultivos celulares de otra especie animal.
La gran mayoría de las partículas virales no podrán infectar al nuevo huésped, pero unas pocas mutarán para lograrlo. Si bien se adaptarán para prosperar en la nueva especie, perderán capacidad para infectar al humano. Por tal motivo, se les llama virus debilitados.
Los virus debilitados son mezclados con una sustancia que fomente la respuesta inmune. Imagen: Xinhua.
La vacuna introducirá en la persona estos virus atenuados junto a una sustancia que fomente la respuesta de su sistema inmunitario, el cual ‘memorizará’ al patógeno y estará preparado para futuras infecciones reales.
En más de 50 años, la fabricación de vacunas vivas se centró en la utilización de huevos de gallina, como se sigue haciendo con los virus de la influenza. Pero el método ha sido cuestionado debido a que la adaptación del patógeno al huevo lo podría diferenciar notablemente del virus en circulación, lo cual volvería menos efectiva a la vacuna.
En ese sentido, se ha recomendado usar células de mamíferos. “Para este coronavirus, estoy seguro de que se va a recurrir a cultivos celulares. En células de ratón, por ejemplo”, afirma Martínez de Tejada.
Vacunas inactivadas
Para evitar el riesgo mínimo que tiene la vacuna viva de causar una infección, se puede neutralizar por completo al patógeno.
“El virus se cultiva en esas células y se producen de manera masiva. Luego, se utiliza un agente químico o físico (como radiación) para inactivarlos. Las partículas víricas inactivadas son las que le introduces a la persona”, describe Martínez de Tejada.
Los virus producidos en los cultivos celulares son inactivados. Imagen: Difusión.
Tanto este como el proceso antes mencionado entrenan al sistema inmunitario contra todos los posibles antígenos del virus. El microbiólogo español explica que eso hace a estas vacunas más reactogénicas, es decir, que generan más efectos secundarios en la persona (fiebre u otros malestares comunes).
Vacunas de subunidades
Los procesos más modernos son los que utilizan solo partes específicas del patógeno sobre las cuales se intenta generar inmunidad.
En el caso del SARS-CoV-2, se pueden cultivar los virus para extraer grandes cantidades de su proteína S (la que usa para entrar en la célula humana), purificarlas y usarlas como vacuna. De esa manera, el organismo de la persona queda preparado para identificar al coronavirus por su ‘llave de ingreso’.
Martínez de Tejada explica que este tipo de vacuna es la que lleva menos efectos secundarios, ya que se trata de un solo antígeno.
Proteínas en la superficie del SARS-CoV-2. Imagen: CDC/The Conversation.
El virus vehículo
Una forma más sofisticada es la vacuna recombinante, en la que una parte específica del virus es llevada por vectores inofensivos (virus que no generan enfermedad, por ejemplo). Tomando como ejemplo al coronavirus, se puede insertar el gen que codifica su proteína S en partículas del virus vaccinia, que causa una infección asintomática en las personas.
“Es como un vehículo que por dentro es inofensivo, pero que lleva en su capó la información de la proteína frente a la cuál te quieres proteger”, explica el especialista de la Universidad de Navarra.
Representación del interior de un virus con el gen que codifica una proteína de otro patógeno. Imagen Difusión.
El riesgo de recurrir a las vacunas de subunidades es que el virus puede mutar aquella proteína mientras se propaga en las poblaciones, por lo que el organismo que recibió el compuesto podría no reconocer a estas nuevas partículas.
Esto no pasaría con las vacunas que insertan todos los antígenos del virus (las vivas e inactivadas), ya que es muy improbable que mute de forma total. El sistema inmune lo reconocería de alguna u otra forma.
Técnicas de vanguardia
Otra novedosa alternativa es recurrir al propio código genético del virus, que en el SARS-CoV-2 está compuesto por ARN, aquello que usan las células humanas para fabricar proteínas.
Por ejemplo, la farmacéutica estadounidense Moderna usa una secuencia de ARN mensajero del coronavirus (la molécula que le dice a la célula qué hacer) para insertarlo en la persona y hacer que sus propias células fabriquen las proteínas del virus, lo que preparará al sistema inmune para combatir una eventual infección.