Cuando llega el 8 de marzo, se recuerdan preocupantes cifras. En el Perú, en 2022, 137 mujeres fueron víctimas de feminicidio y 5.380 se reportaron como desaparecidas; aún existe tolerancia a la violencia, que ya no la justifican directamente, pero sí pueden aceptarla ante infidelidad o cuando una mujer se viste provocativamente.
O se refuerzan estereotipos de que las mujeres primero deben ser madres y esposas y solo luego perseguir sus sueños, o que los hombres son mejores líderes. Además de las condiciones de informalidad y subempleo, la brecha salarial o el menor acceso a puestos directivos.
Por ejemplo, si bien la población estudiantil es más o menos equivalente en las facultades de Derecho, el porcentaje de docentes mujeres es aún bajo y la cifra se reduce si se contabiliza a las autoridades universitarias. Esta situación, replicable para otras profesiones, incrementa su dificultad con la maternidad, la delegación de labores de cuidado (tareas domésticas, cuidados de hijos/as u otros familiares) y la “carga mental” (ese rol de organizadora del hogar generalmente a cargo de las mujeres).
Justamente, a propósito del día, se presentaba una publicación en la que trece autoras nos recordaban diferentes situaciones por la condición de mujeres. Obras como Ensayos de género y derecho (la obra presentada) y antes Ser mujer en el Perú: Dónde estamos y a dónde vamos nos describen realidades en que las mujeres nos vemos reflejadas.
Precisamente, mientras se presentaba el libro, el Congreso archivó una iniciativa para generar paridad entre magistrados/as, en un nuevo mensaje de que no se busca promover a más mujeres en estos espacios (a las que se les pregunte al seleccionarlas más que por una receta o sobre cómo afectan la unidad familiar por buscar una oportunidad laboral fuera de su departamento de residencia). Más mujeres que, esperemos, puedan evitar hacia el futuro pronunciamientos de que usar un cierto color de ropa interior deriva en que no haya una violación o que arrastrar a una persona jalándola del cabello no implica querer matarla por ser mujer (“casos cínicos”).
Más mujeres (representación cuantitativa) no implica que necesariamente se busque defender los derechos de otras mujeres (representación cualitativa) y también que el “ser mujer” se puede usar instrumentalmente. La primera presidenta de la república invoca esta condición como un supuesto sustento para las críticas, cuando hay otros motivos vinculados con el modo de su gestión y con las muertes de nuestros compatriotas en una represión policial y militar que parece avalar.
Sin embargo, también resulta injusto que, por prejuicios, una mujer deba probar su mérito y que se cuestione nuestra inclusión en algunos espacios porque dizque no tenemos las capacidades. Mismo criterio que se usa para postergarnos de las invitaciones a medios de comunicación o las actividades académicas.
¿Cuántas mujeres hay en nuestro entorno? ¿Ejercen posiciones de poder? ¿Tienen un trabajo en condiciones dignas? ¿Son mujeres indígenas o afrodescendientes? ¿Son mujeres trans? ¿Tienen posibilidades para su desarrollo personal y/o profesional? ¿Pueden participar en el debate público o académico? Diferentes experiencias e identidades que no deberían dejarse de lado al proteger derechos y diseñar políticas públicas.
Si algo debería quedarnos pos 8 de marzo, es reflexionar y emprender acciones, concretas y decididas para que más mujeres podamos ejercer efectivamente nuestros derechos. Y ojalá esas mujeres que consigamos llegar a los espacios de decisión también nos comprometamos con promover a más mujeres y con crear condiciones para que arribar a esa meta no sea la excepción. Con voluntad, siempre es posible sumar en la lucha por la plena igualdad de derechos de todas las mujeres.