Las colisiones con embarcaciones representan una amenaza creciente para las ballenas, incluso en un contexto donde la caza comercial ha disminuido significativamente. Según un reciente estudio publicado en la revista científica Science, el tráfico en el mar cubre el 92% de los hábitats de estas especies, lo que incrementa de manera alarmante el riesgo de accidentes fatales.
El transporte marítimo, responsable del movimiento del 90% de los bienes a nivel global, ha crecido exponencialmente en las últimas décadas. Además de afectar directamente a las ballenas, también impacta en los ecosistemas oceánicos en general: ocasiona contaminación acústica, química y alteraciones en la biodiversidad. Las ballenas más grandes, como las azules y jorobadas, enfrentan un riesgo especial debido a su incapacidad para evitar embarcaciones a alta velocidad.
La industria del transporte marítimo ha cuadruplicado su actividad desde 1992 y se proyecta que la cifra se triplicará para 2050. Este crecimiento plantea serias preocupaciones ambientales. Actualmente, las emisiones de gases de efecto invernadero provenientes del transporte marítimo representan el 2,89% del total mundial, cifra comparable con la industria aérea. Además, el transporte marítimo facilita la propagación de especies invasoras y altera los hábitats de especies clave en los ecosistemas oceánicos.
Las colisiones con embarcaciones son una de las consecuencias más devastadoras del tráfico marítimo, pues afecta el 90% de las principales áreas de hábitat de las ballenas en todo el mundo, según el estudio. Estas regiones, muchas de ellas claves para la alimentación y reproducción de las especies, coinciden con rutas marítimas de alta densidad. Los investigadores destacan que las ballenas más grandes, como las azules y jorobadas, están especialmente en riesgo debido a su incapacidad para esquivar embarcaciones que se mueven a alta velocidad.
Además, el impacto acumulativo de estas colisiones compromete la supervivencia individual de los cetáceos y también la estabilidad de sus poblaciones, muchas de las cuales ya se encuentran en peligro crítico.
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Gracias a los avances tecnológicos, como los sistemas de identificación automática (AIS), se ha podido mapear con mayor precisión las áreas de riesgo de colisiones. La investigación reciente ha revelado que más del 15% de los océanos presenta niveles de riesgo comparables a regiones con altas tasas de mortalidad de ballenas. Los puntos críticos no solo se encuentran en áreas costeras, sino también en mar abierto, lo que indica la necesidad de una gestión más efectiva.
El enfoque global permitió identificar que especies emblemáticas, como las ballenas azules en el Pacífico Norte y las francas australes en el Atlántico Sur, enfrentan un riesgo alarmante debido a la falta de regulaciones específicas en rutas clave. Los investigadores subrayan la importancia de combinar datos de sistemas AIS con estudios de comportamiento de los cetáceos para diseñar estrategias que reduzcan estos peligros, como límites de velocidad en zonas críticas y desvíos estratégicos de embarcaciones lejos de los hábitats sensibles.
Las medidas de mitigación, como la reducción de la velocidad de las embarcaciones y la redirección de rutas, son soluciones viables, pero su implementación todavía es limitada. En áreas compartidas por varias especies, estas medidas podrían ser especialmente efectivas. Los expertos sugieren que la cooperación multinacional es esencial para implementar estrategias que protejan a las ballenas y su hábitat, trascendiendo las fronteras jurisdiccionales.
El futuro de las ballenas y los océanos depende de un equilibrio entre las demandas de la industria marítima y la conservación de los ecosistemas marinos. Proteger a las ballenas no solo es una cuestión ambiental, sino también un compromiso ético hacia un futuro donde la coexistencia con la naturaleza sea posible. Las comunidades costeras también se benefician de la conservación de estas especies, que tienen un profundo valor cultural y económico.