La respuesta a la pregunta de este artículo es bien simple: porque nosotros las escogimos. No parece haber ahí más que decir. Si no nos gustan, mala suerte. Si fueron elegidas en elecciones libres, no queda más que esperar que concluya su mandato, salvo que violen la ley. Pero esta democrática respuesta esconde una verdad por la que los peruanos venimos sufriendo hace décadas. Los electores no escogen las reglas con las que son elegidos sus representantes. ¿Cómo? Así es. Las leyes las hace el Congreso, por tanto, son los legisladores los que deciden las reglas con las que ellos mismos serán elegidos. Ellos y solo ellos. Así, tenemos la ilusión de escoger, pero otros escogen las reglas del juego. Las reglas para llegar al poder no son un detalle menor. Son toda la diferencia. Por ejemplo, si el JNE no hubiera sacado de carrera a Guzmán o Acuña, ¿sería Kuczynski presidente? Nadie lo puede saber, pero es un hecho que no fue la voluntad popular la única que determinó el resultado final. También lo son las reglas. Como en cualquier espacio de la vida, las reglas importan más que cualquier otra fuerza para encauzar un resultado. Si tenemos y hemos tenido pésimos representantes, en todos los niveles de gobierno, no es solo culpa de un pueblo mal educado. Las reglas, hechas por ellos mismos para preservar al máximo su poder, también tienen la culpa. El voto popular puede ser educado pero más importante es mirar las reglas que permitieron llegar al poder a decenas de autoridades que hoy están purgando condena, se encuentran en prisión preventiva o están afrontando procesos con resultados predecibles. Desde hace muchos años se discute la necesidad de cambiar las reglas electorales. Lamentablemente hemos sido víctimas del gatopardismo pero nunca de verdaderas reformas. ¿El resultado? El crimen organizado financiando campañas, partidos políticos de papel, pésima calidad de elegidos, solo por mencionar algunas de las causas por las que el desafecto por la democracia y, en general, por la política, es tan extendido en el Perú. ¿Esto puede cambiar? Lamento ser pesimista. Cambiará y solo cambiará si a Keiko Fujimori le complace. Tal vez no se perciba aún, pero Fujimori es la jefa de facto de una dictadura parlamentaria. Con 72 votos, que considera de su propiedad y que maneja como un disciplinado ejército, no creo que una reforma real a las reglas del juego sea posible en tanto perjudique la forma en la que ella quiere jugar su propio juego. Más allá del proyecto del Ejecutivo, presentado de sorpresa esta semana, o de los berrinches de la congresista Donayre, nada va a cambiar en el Congreso que sea sustancial. La Sub Comisión Electoral de la Comisión de Constitución hará su dictamen, se discutiría y más allá de poner en un solo código todas las normas electorales (y meter unos contrabandos para achicar el número de competidores) no habrá más. ¿Cuáles son los problemas que hay que atacar? Primero, la plata. Segundo, la competencia. Tercero, los competidores. La plata debe ser limpia, la competencia abierta y los competidores calificados. Fácil escribir, más difícil hacer. ¿La plata? Mientras no entre dentro del Código Penal la sanción al delincuente, todo es papel mojado en tinta. Ningún proyecto incluye sanciones penales por uso o recepción de fondos de campaña. ¿Abrir la competencia? El proyecto del Ejecutivo quiere reducir el número de firmas y la respuesta ha sido un desmayo parlamentario que, por el contrario, solo aspira a reducir la competencia. ¿Calificar a los competidores? Hace meses que Transparencia pide una prohibición para que condenados integren listas, ¿ustedes creen que se ha puesto a discusión? Si un condenado corrupto puede ser candidato, ¿podemos hablar de reforma electoral? ¿En serio? Así las cosas, no extraña que el pedido del Ejecutivo para levantar el secreto bancario de candidatos y ser sometidos a la Unidad de Inteligencia Financiera haya causado pánico en los pasillos del Congreso. Tal vez la propia presidenta de la Sub Comisión de Reforma Electoral represente mejor que nadie la debilidad de nuestra democracia. Ha postulado cinco veces al Congreso. En cada ocasión por una organización política distinta. Con estos antecedentes políticos acusa al proyecto del Ejecutivo de “improvisación”. Nada menos. No podemos esperar casi nada. Uno que otro arreglo a conveniencia de alguien, pero nada más. ¿Hay salida? Sí, pero es larga, compleja, confrontacional, obliga a consensos populares, nuevos liderazgos y que solo acompañada de la convicción de que “otorongo no come otorongo” puede triunfar. Una reforma electoral, aprobada por referéndum, se salta el obstáculo de la actual representación. Todos saben que es casi imposible conseguir las firmas del 10% del padrón electoral, pero la dejo anotada por si alguien se anima a cambiar el mundo. Nunca se sabe.