Sin duda la frase original de Pedro Pablo Kuczynski sobre su primer ministro tiene la estructura de una broma. Tal vez ha sido para alegrarse un poco la vida ante los implacables micrófonos. O un pequeño globo de ensayo, un mensaje cifrado para alguien a quien tiene en mente. Ahora se nos dice que la búsqueda continúa. La presidencia del Consejo de ministros, PCM, es quizás el cargo más complejo del Ejecutivo. Es una designación que no implica un poder propio, pero debe ejercerse como si hubiera un cierto poder detrás. La opinión pública incluso por momentos le exige una cierta independencia respecto del presidente que hizo el nombramiento. Con los años a su tarea de coordinar al gabinete el primer ministerio ha visto sumarse las tareas de una suerte de ONG responsable de dos docenas de organismos públicos, comisiones y consejos, muchos de ellos de la máxima importancia. De modo que conocer bien el Estado es un atributo indispensable para manejarse bien. Como si lo anterior fuera poca carga, se espera del primer ministro que sea el negociador, el muro de contención, el complemento, el alfil y el fusible del Presidente de la República. Exagerando la nota, podría decirse que se espera de él buena química con todos y cada uno de los sectores políticos del país. Se explica, pues, que Ollanta Humala haya pasado por seis primeros ministros, casi todos figuras con trayectoria política, antes de recalar en uno duradero. Toledo tuvo cinco, el último de ellos PPK. El primer gobierno de Alan García tuvo cuatro, con uno que volvió al cargo, y el segundo gobierno cinco. Para el Ejecutivo la coyuntura que se avecina está marcada por la apremiante necesidad de llegar a consensos. Esto supone mucha cercanía personal con PPK, un conocimiento de los personajes del drama que comienza, mucho más artes políticas que tecnocráticas, pues estas últimas seguramente van a estar bien servidas. Para un gobierno de minoría el desgaste de los ministros es inevitable, y eso supone a su vez un primer ministro capaz de hacerse cargo de la transitoriedad de su puesto. En el fondo una extraña mezcla política de conciliador con gladiador, y en sus ratos libres administrador de la PCM.