Martín Vizcarra va a necesitar tanto su parte más sensata –lo que en el Psicoanálisis se conoce como proceso secundario– y también la más pulsional –proceso primario. Su lado calculista y el visionario. Nosotros, los ciudadanos de a pie, podemos contribuir rebajando nuestras expectativas –la situación es de pronóstico reservado– y siendo vigilantes a la par que constructivos.,Fitzcarraldo, la película filmada por Werner Herzog en la Amazonía peruana, protagonizada por Klaus Kinski, es una ficción basada en la vida de Carlos Fermín Fitzcarrald López. Este último era un empresario cauchero ancashino, hijo de un padre irlandés y una madre de San Luis, Áncash. Su nombre es recordado por razones opuestas y contradictorias, como tantas veces sucede con los aventureros y pioneros. Por un lado como un sujeto que mandó a la muerte a muchos nativos maschos y huarayos, en su intento de transportar una embarcación de un río a otro, atravesando la selva. Por el otro, por su afán explorador que permitió el descubrimiento de nuevas rutas fluviales, conocidas por los nativos pero ignoradas por los poderes fácticos de entonces. A primera vista, la analogía con nuestro flamante Presidente es jalada de los pelos. Vizcarra no parece tener nada de Fitzcarrald, menos de Fitzcarraldo, el personaje alucinado de Herzog y Kinski. Más bien se presenta como el proverbial ingeniero tranquilo, realista y eficiente que nunca se lanzaría en una empresa tan descabellada como aquella que llevó a la muerte al ancashino, a sus 35 años. Menos como alguien capaz de enviar a la muerte a muchas personas en su afán de construir un salón de Ópera en medio de la Amazonía, tal como sucede en el citado filme. No obstante, hay que tener algo de aventurero megalómano para querer ser Presidente de un país tan complicado como el Perú. Más aún con un Congreso cuya mayoría, tarde o temprano, lo pondrá contra las cuerdas (si no lo ha hecho por lo bajo ya). Cuando se especulaba acerca de la actitud de Vizcarra, en su silencio canadiense mientras PPK, ya en picada, recurría a cualquier medida desesperada para impedir su vacancia, pensé en la mente del moqueguano que hoy nos gobierna. Recordé una respuesta de Valentín Paniagua cuando, en su breve periodo de transición, le preguntaron si había querido presidir el Perú. “Como todo niño”, respondió (cito de memoria), “he soñado con ser Presidente”. No es lo mismo soñar que hacer lo que se requiere para lograrlo. Sobre todo sabiendo que algunos sueños, cuando se cumplen, casi siempre terminan en pesadillas. Martín Vizcarra va a necesitar tanto su parte más sensata –lo que en el Psicoanálisis se conoce como proceso secundario– y también la más pulsional –proceso primario. Su lado calculista y el visionario. Nosotros, los ciudadanos de a pie, podemos contribuir rebajando nuestras expectativas –la situación es de pronóstico reservado– y siendo vigilantes a la par que constructivos. Cuando usted lea estas líneas tendremos el primer gran indicador: la composición del gabinete. Como dice Laura Arroyo en la entrevista que le hace Gabriela Wiener en Domingo de La República, esperamos que sea conciliador pero no con el fujimorismo sino con el país. Necesita entenderse con el Congreso, pero sin el apoyo de la sociedad puede terminar naufragando y ahogándose en los rápidos del Alto Urubamba.