La agenda es amplia pero su ejecución depende de una acción eficaz y efectiva del Estado cuya maquinaria mohosa suele ser un lastre muy pesado y hacer fracasar muchas nobles intenciones.,Martín Vizcarra me hace recordar -en su estilo- a Valentín Paniagua. Prudente, lejano a la arrogancia y a los aspavientos y sin pretensión pontifical, se extrañaba una presencia presidencial así desde el 2001. No lo conozco personalmente, pero el personaje y las circunstancias presentan más de una semejanza con ese paréntesis histórico de transparencia y eficacia democrática que fue el gobierno del cusqueño Paniagua. Ante el colapso del régimen autoritario en noviembre del 2000, con la asunción de Paniagua, por su condición de presidente del Congreso, quedó atrás la fuga de Fujimori y la deserción de los dos vicepresidentes de la corte presidencial del gobierno más corrupto del siglo XX. En pocas semanas el paisaje institucional, moral y político había cambiado totalmente dejando boquiabierto al Perú y el mundo. La eficacia de la justicia anticorrupción, construida el 2000-2001 desde las cenizas, permitió, por ejemplo, que -en record mundial- en pocos meses el país recuperara más de US$ 100 millones robados por los corruptos. Hay varias razones para abrir hoy una importante ventana de optimismo y esperanza en un país que ha caído muy al fondo en credibilidad de sus autoridades y de la función pública. La crisis “en las alturas”, por la mezcla explosiva entre un gobierno calamitoso y una oposición cerril, quedó resuelta con la renuncia de Kuczyinski que abre paso a una etapa compleja, pero promisoria. La agenda es amplia pero su ejecución depende de una acción eficaz y efectiva del Estado cuya maquinaria mohosa suele ser un lastre muy pesado y hacer fracasar muchas nobles intenciones. A fijarse, pues, prioridades. Él estará, seguro, muy atento, por ejemplo, a impulsar una inversión y gasto público eficientes y a la integración/articulación entre las regiones. Pero poco se logrará si no se recupera la legitimidad presidencial, se afianza un estilo y contenido democráticos formando un equipo para ese fin. Destaco dos asuntos a lo que no se reduce, por cierto, el conjunto de prioridades que se le presentan a Vizcarra. Primero, así como Paniagua encontró un país a la deriva y con la palabra presidencial en cero de credibilidad, guardando las distancias hay paralelos con el presente. Un país “presidencialista” se ve hondamente afectado en su identidad cuando se desvanece la legitimidad presidencial. El estilo y la sustancia de Vizcarra tienen allí una primera tarea y responsabilidad: afirmar el papel y legitimidad del jefe de Estado. Segundo, que para lograr lo anterior, siendo clave el “estilo”, éste acaba siendo irrelevante si no sigue a lo sustantivo en la acción gubernamental para los largos 40 meses que le quedan. Lo más urticante es la corrupción; como en el 2000, el principal problema nacional. Para enfrentarla, hay tareas para la justicia, pero el liderazgo presidencial contra ese cáncer es lo esencial. De ello se ha carecido en los gobiernos que siguieron a Paniagua en los que el tema fue un asunto más formal que sustantivo. Hoy, sin embargo, el panorama es institucionalmente mucho mejor, al que encontramos con Paniagua el 2000: las cabezas de la Corte Suprema, la Fiscalía de la Nación, la justicia militar y la policía, entre otras instituciones, eran parte de la estructura mafiosa y delincuencial. Había que empezar casi desde cero para contar con una justicia independiente. El Perú de hoy ya cuenta, con todas sus limitaciones, con un sistema judicial y de fiscales estructurado y que no depende del poder político. Pero como se demostró con Paniagua y, por oposición, en los años que siguieron, el liderazgo presidencial –o su ausencia- son en esto decisivos. “Liderazgo” no es lo mismo, por cierto, que simples discursos públicos. Es el impulso efectivo a la articulación entre instituciones, a la profesionalización creciente y financiamiento del sistema y hacer que las metas oficiales en materia anticorrupción no queden en el papel, como viene ocurriendo. En todo esto, el estilo y los contenidos de Vizcarra son un viento fresco y alentador.