Atacar a Vizcarra en estos momentos es un despropósito, aunque ya están presentes algunas de las naturales voces contradictoras. Algunos consideran su presidencia una traición a PPK.,Un mínimo de declaraciones, visitas a un colegio y a un hospital, un viaje a la devastación piurana, uno que otro invitado a Palacio. Martín Vizcarra da la impresión de estar tomando las cosas con calma. Mientras tanto está multiplicando las reuniones en una carrera contra el tiempo. Debe tener un gabinete terminada la Semana Santa, o empezará a perder puntos. La gente debe estar disfrutando la calma política de estos días, con un presidente que es el proverbial hombre quieto. Pero también hay curiosidad sobre cuánto va a durar la tranquilidad en las alturas. La partida de PPK puede haberse llevado una parte de los enconos, pero hay una conflictividad subyacente en el esquema político que no se ha ido. Atacar a Vizcarra en estos momentos es un despropósito, aunque ya están presentes algunas de las naturales voces contradictoras. Algunos consideran su presidencia una traición a PPK. Otros preferirían un adelanto electoral. De otra parte las primeras bolas hablan de un pacto con Fuerza Popular o de ser parte de una conjura izquierdizante. Casi todo se puede decir sobre un presidente que recién llega. Una ventaja de Vizcarra frente esto está en su trayectoria de buen administrador regional. Otra en un estilo sencillo y popular. Pero la principal es que viene siendo visto como un salvador frente a lo que hasta hace pocos días se consideraba una crisis nacional de proporciones. Nótese que la calma podría tener algo que ver con el hecho de que, en un sentido estricto, Vizcarra todavía no está gobernando del todo. Hay una suerte de culpabilidad natural y automática del poder que no lo está tocando todavía. Probablemente comenzará con la aparición de los nombres confirmados del nuevo gabinete. La pregunta no es si el ruido político va a recomenzar. Eso sucederá de todas maneras. La cuestión es si el incidente de la renuncia y el reemplazo lo podrá modificar en un grado significativo. Es decir qué espacio quedará ahora para acuerdos provechosos y qué espacio quedará para los enconos demoledores de la institucionalidad. Es decir, cuánto espacio hay para la esperanza. La experiencia sugiere recordar la frase francesa: “No lamentar el pasado, no ilusionarse con el futuro”. Modular ese pesimismo está en manos de Vizcarra. Tremenda responsabilidad.