Marisa Glave (*) Aún recuerdo cuando el Congreso eligió a Valentín Paniagua como presidente de transición. Tenía 19 años y casi no había oído hablar de él, me enteré como la mayoría de peruanos de su trayectoria política y profesional cuando ya llevaba la banda presidencial. Yo era parte de una generación que había despertado a la vida política/pública desde el movimiento estudiantil que buscaba recuperar la democracia en el Perú, ante la cada vez más evidente podredumbre del régimen fujimontesinista. El presidente Paniagua fue una esperanza y muchos quisimos ver en él la solución a los problemas del país. Hoy, 17 años después, el Congreso declara la vacancia por renuncia de PPK y nombra a un nuevo presidente. El encargo de transición lo tiene ahora Martín Vizcarra. Pocos lo conocen y asume una tarea muy dura por delante. Pero esta vez creo que es central que los peruanos seamos conscientes de que una persona no podrá solucionar los problemas de fondo que venimos arrastrando. Sigo creyendo que Paniagua fue un gran presidente, pero estoy cada vez más convencida de que la transición democrática fracasó. Se enfrentaron problemas serios, entre ellos desmantelar el sistema político y militar en el que se sustentaba un régimen donde un ciudadano como Vladimiro Montesinos comandaba no sólo al Grupo Colina, sino a la prensa chicha, al Ministerio Público y a un sector importante de la clase política nacional, bajo el mandato y mirada atenta de Alberto Fujimori. Pero la transición, y luego los gobiernos democráticos que le siguieron, mantuvieron intactos los arreglos organizativos e institucionales del Fujimorismo. Se mantuvo en el discurso y en la acción la idea de un Fujimori que salvó al Perú de la crisis económica y los crímenes y la corrupción de su gobierno pasaron a ser una especie de “externalidad” no esperada. El escándalo de corrupción de Lava Jato que atraviesa a toda la clase política nacional y a los principales grupos de poder económico (no nos olvidemos que Barata actuó con muchos socios en el Perú y con la anuencia de la CONFIEP) muestra que tenemos un Estado que sirve para la coima y la corrupción. El último intento de PPK y sus ministros de lujo para “salvarlo” de la vacancia muestran lo mismo: tenemos un Estado que sirve para la coima y la corrupción. Habrá que repetirlo hasta que se entienda. El problema no es que haya “malas personas” que anteponen sus intereses personales o políticos a los del país. El problema es que el sistema está diseñado para que así lo hagan. Sin reformas profundas y sin cambiar las reglas de juego tendremos un eterno retorno a la crisis. Este tiempo de transición debe servir para modificar algunas reglas básicas, al menos en el sistema electoral, para asegurar un recambio que sea una solución de continuidad. Será difícil, pero sé que podremos hacerlo si realmente ponemos al Perú primero. (*) Congresista de Nuevo Perú