Como diría el filósofo norteamericano Aaron James, “los políticos parecen pensar que su mierda no apesta”, y este parece ser el caso de Tubino, un keikista típico y encendido al que parece importarle poco o un rábano la búsqueda de la verdad. O, sencillamente, esta le parece irrelevante. ,No expone motivos. Ni razones. Tampoco responde con argumentos. Simplemente profiere epítetos y fabula. ¿Por qué? Porque no le gustaron mis últimas columnas en este papel, donde critico y cuestiono su proyecto de ley que aspira a limitar la libertad de expresión y criminalizar la blasfemia. En consecuencia, en lugar de replicar con fundamentos, me ametralla con algunas cosillas. Mercenario, me dice. Que recibo dinero del extranjero para atacar a la iglesia católica. Que tergiverso. Que difamo. Que insulto. Que miento. Que lo odio. Que escribo falsedades sobre él y sobre su iniciativa legislativa. Que todo lo que he escrito sobre el Sodalicio podría ser falso. Que soy un alma en pena. Y más. Así las cosas, quisiera trasladarle algunas preguntas al congresista fujimorista Carlos Tubino. ¿Qué clase de político llama sicario o esbirro o asalariado, sin pruebas, a un periodista que solo refuta una posición que le parece peligrosa para la democracia? ¿Quién me paga? ¿Los masones? ¿Los judíos? ¿Los musulmanes? ¿Los protestantes? ¿La Asociación Mundial de Ateos? ¿Alguna secta satánica? ¿El Anticristo? ¿Satanás? ¿Quién o qué institución me financia? ¿Y cuánto me han pagado hasta ahora? ¿En qué lo he difamado? ¿De qué forma lo he insultado? ¿En qué he faltado a la verdad? ¿Por qué dice que lo detesto si recién me he enterado de su existencia relativamente hace poco? ¿Qué cosas que he escrito sobre el Sodalicio podrían ser falsas? Hago las preguntas directamente, y de forma pública, al legislador Carlos Tubino para que me explique el origen de sus exabruptos. Porque, oigan, no los entiendo. Ni los comprendo. Y exijo una explicación porque asumo que todos somos iguales y vivimos en un país más o menos civilizado, donde no hay gente con corona. Que me diga que soy un alma en pena, un zombi, un vampiro, o el fantasma de Canterville, o de la ópera, no me afecta, pero todo lo demás sí me intriga de dónde lo ha sacado. ¿O es que estoy únicamente frente a un bufón mediático o una suerte de cretino y deslenguado y calumniador alfa? Porque si es esto último, bueno, qué quieren que les diga, igual me preocupa que este señor tenga seguidores que lo toleren. O, peor aún. Que voten por él. Porque sus ideas y bufidos y ataques berrinchudos no los percibo muy compatibles con la democracia, déjenme añadir. Porque a ver. Hasta el momento, en lugar de contestaciones puntuales a mis objeciones e impugnaciones a su proyecto de ley, lo que he recibido son bravuconadas en plan Donald Trump, quien es de los que suele echar pestes a diestra y siniestra, en plan vilipendiador extravagante y profesional. Y si es así, debo inferir que Tubino no es más que un charlatán, alguien que habla sin guardar respeto alguno hacia nada. Ahora, es posible que se crea las patrañas que dice. No lo descarto. Pero ello no le da ningún derecho a escupir tonterías e improperios y entrar a terrenos delicados sin consideración alguna por la verdad. En el caso del Sodalicio, ¿en serio cree que lo descubierto hasta la fecha es solamente un ataque enmascarado a la iglesia católica? ¿Está sugiriendo eso realmente? ¿De verdad? ¿Considerando, además, que el propio Sodalicio ha reconocido buena parte de lo denunciado? Como diría el filósofo norteamericano Aaron James, “los políticos parecen pensar que su mierda no apesta”, y este parece ser el caso de Tubino, un keikista típico y encendido al que parece importarle poco o un rábano la búsqueda de la verdad. O, sencillamente, esta le parece irrelevante. Por lo pronto, Tubino, por lo manifestado hasta ahora, no parece poseer una idiosincrasia sólida, salvo un cucufatismo de corte autoritario e inquisitorial y medieval, sin cultura de debate. Y claro. Su personalidad calza perfectamente en esta nueva era de entretenimiento zafio y troglodita en el que la verdad no es importante. Porque algo de eso es lo que revelan sus tuits, que exhiben a un maestro del menosprecio. A un político sin consideraciones cívicas ni democráticas. A un carcamán extremo. Intolerante. Demagogo. Homofóbico. Totalitario. Firmante de documentos montesinistas. En síntesis, nos muestran a una amenaza para las libertades fundamentales. Así las cosas, Tubino debería recibir un cursito acelerado de Dos Más Dos Son Cuatro. Y no es broma. Debería ubicarse y dejarse de tanto disfuerzo ridículo y gestitos melindrosos. Usted, señor Tubino, es un funcionario que debe responder de sus decisiones ante nosotros, los ciudadanos. Ergo, debe justificarlas en foros abiertos donde impere la libertad de prensa y de expresión, que, por lo que se ve, no le gusta mucho. O nada. Bueno. Le cuento que es nuestro deber someterlo a inspección. Aunque le joda.