La población chilena, de haber sido súper católica y ultraconservadora, ahora se ha vuelto descreída. Y hasta protestona. Cosa inusual en estas tierras sudamericanas y cucufatonas.,Trato de centrarme, con humor o indignación, donde debo. Así es que aquí me tienen, riéndome de un artículo estrafalario de Hugo Neira publicado en El Comercio. Según Neira, el paso del papa por Chile fue “una gran visita”. Y quienes la describen como “deslucida”, son unos reduccionistas, porque él estuvo ahí y vio otra cosa. Bueno. Yo también estuve ahí, les cuento, y mi percepción fue totalmente distinta. Y es que en su recorrido por dicho país, el sumo pontífice y este escriba constatamos in situ lo que el Latinobarómetro ya advertía. Que la población chilena, de haber sido súper católica y ultraconservadora, ahora se ha vuelto descreída. Y hasta protestona. Cosa inusual en estas tierras sudamericanas y cucufatonas. Mientras que en el 2013, Honduras, Nicaragua, Guatemala y Uruguay eran los únicos países latinoamericanos sin una población mayoritariamente católica, en el 2017 se sumaron a la nómina El Salvador, República Dominicana y Chile. La población católica de nuestro vecino representaba el 74% en 1995. En el 2017 no superó el 45%. Y algo más. Los chilenos calificaron en una escala del 0 al 10 con un 5.3 a Francisco. Ergo, Chile es el país de la región que menos cariño le tiene al líder católico, digamos. Este fenómeno de descreimiento parece haberse agudizado desde el 2010, que es cuando estallan las denuncias contra el tristemente célebre sacerdote Fernando Karadima, el pederasta más conocido de esta nación estrecha y alargada, pero no el único, adivinarán. La importancia de los señalamientos que hicieron en su momento Juan Carlos Cruz, James Hamilton, José Andrés Murillo y Fernando Batlle fue crucial y determinante. La acusación tuvo una resonancia inédita e impactó como una bomba de neutrones en el corazón de la sociedad chilena, a pesar de los apologistas de Karadima, que, lastimosamente, no fueron pocos. Desde ese instante, la prensa ha venido jugando un rol capital, investigando y destapando innumerables casos de pedofilia clerical. La ONG Bishop Accountability, que dirige la norteamericana Anne Barrett-Doyle, quien, por cierto, estuvo de paso por Santiago y Lima durante la visita del papa argentino, hizo público en Chile que se ha identificado a cerca de 80 clérigos acusados de abusar sexualmente de menores de edad. La organización de Barrett-Doyle, que recopila casos de fechorías sexuales perpetradas por curas en todo el planeta, apunta a que la mayoría de estos crímenes se registraron desde el año 2000, fecha que coincide con una investigación de El Periódico de España, el cual reporta que solo en colegios de los Hermanos Maristas de Chile se detectaron a siete depredadores que habrían actuado entre los años 1970 y 2010. Entre los maristas inculpados se contarían a cuatro religiosos de origen español. El depredador más conocido es el hermano Abel Pérez, quien fue encubierto por la congregación fundada por Marcelino Champagnat. Una investigación de La Tercera indicó que desde el 2011 el episcopado chileno subió a su portal web un listado de 18 presbíteros sancionados por autoridades eclesiásticas o por la justicia civil. Curiosamente, la relación fue retirada sin ninguna explicación cuando el conteo superó la treintena. Más todavía. El héroe de la defensa de los derechos humanos durante la dictadura pinochetista, el padre Cristián Precht, admirado y respetado en el pasado de manera transversal por tirios y troyanos, resultó también un depredador sexual. Y los dos últimos arzobispos de Santiago, los ultramontanos cardenales Francisco Javier Errázuriz y Ricardo Ezzati, han actuado con una indolencia enervante y ostensible –por no decir malicioso encubrimiento- frente a todo esto. Como sea. Supongo que esta velada tapadera por parte de la clerecía chilena es lo que explica la deslustrada visita de Francisco. Los chilenos ya no confían en una institución que, en lugar de denunciar los abusos que ocurren en su seno, los tapa. O los disimula. Porque a ver. No basta con pedir perdón, como cree el papa. Eso no constituye una política de “tolerancia cero”. Tolerancia cero es rendir cuentas a las autoridades civiles de los pederastas y expulsarlos de la institución y excomulgarlos. A Precht, por ejemplo, luego de encontrarlo culpable, en lugar de eyectarlo para siempre lo suspendieron del sacerdocio, en diciembre del 2012, por cinco años. En consecuencia, es muy probable que pronto vuelva a las andadas. Por eso es que los chilenos no se entusiasmaron tanto con el papa, como sí ocurrió en el Perú. La aparición del obispo Juan Barros, concelebrando una misa con el papa, fue sencillamente la corroboración de sus percepciones. Un síntoma más del hartazgo frente a la indolencia clerical. Nada de esto vio Neira, obviamente. Quizás porque siguió la visita, como muchos, en “Modo Papa”, y probablemente desde alguna cabañita en la Isla de Pascua.