Se conoce como la posición esquizo-paranoide. Eso es lo que hemos visto desplegarse en periodistas, políticos e ideólogos de la derecha en estos días.,Con la venia de los antropólogos y de todos aquellos estudiosos del mundo andino, me voy permitir incursionar en un ámbito que no es de mi competencia. El atroz malentendido en torno a las tablas del pueblo de Sarhua (Ayacucho, 3,389 m.s.n.m.), es altamente sintomático del funcionamiento de la sociedad peruana. Recordé un trabajo de hace unos diez años, Las Tablas de Sarhua: Arte, violencia e historia en el Perú. Los autores son Moisés Lemlij, psicoanalista y Luis Millones, antropólogo. En dicho trabajo se analizan esas obras de arte En la pieza Onqoy se observa a los senderistas incursionando en el pueblo. Lejos de caer en una postura maniquea, de buenos y malos, la obra muestra la terrible complejidad de la época. Los autores comentan: “Onqoy también nos remite a la disyunción texto-imagen, en tanto que es solamente en el texto que se denigra al senderismo.” Y añaden líneas después: “Esto reflejaría la ambivalencia inicial no solo de Sarhua sino de muchas comunidades andinas frente a Sendero Luminoso, al que no sabían si identificar con lo extraño-promisorio-eficaz o lo extraño-dañino-destructor.” Esto es lo que diferencia a una narración potente y veraz de la mera propaganda, aquella que proviene de los relatos hegemónicos. Esto es lo que aterra y confunde a quienes no quieren saber, sean fujimoristas (el relato salvador), senderistas (la república de nueva democracia) o esa facción de la izquierda que se resiste a condenar los autoritarismos “revolucionarios”. Las divisiones binarias son propias de un pensamiento infantil, que en el pensamiento psicoanalítico de la escuela de Melanie Klein se conoce como la posición esquizo-paranoide. Eso es lo que hemos visto desplegarse en periodistas, políticos e ideólogos de la derecha en estos días. Esa ceguera ideológica que se traduce en un negacionismo primario, ha confundido los testimonios valientes de artistas como Primitivo Evanán con apología del terrorismo. Eso también es una manifestación de Onqoy. Esa voluntad de no saber es, paradójicamente, un triunfo de Sendero Luminoso. Porque las versiones mutiladas de la historia le hacen un servicio a los enemigos de la democracia. Las víctimas de Sendero o de los abusos del Estado durante el conflicto armado interno (que el ministro Vexler, en su minuciosa empresa de retrotraer la educación peruana a una lectura sesgada y conservadora, ha decidido cambiarle de nombre), saben lo que sucedió. Negar o deformar la verdad, enferma: los psicoanalistas lo sabemos bien. En suma, ese Onqoy lo estamos padeciendo como colectividad, aquí, ahora. Cito: “La tabla Onqoy (fig. 5) presenta cómo vieron los comuneros de Sarhua la presencia de Sendero Luminoso en su comunidad. Es interesante precisar que Onqoy significa “enfermedad”. Por lo tanto los pintores de Sarhua identifican a Sendero Luminoso como un trastorno, como una enfermedad, como algo que corroe.” Al ver las destempladas reacciones de estos días, se diría que nos sigue corroyendo. El mejor remedio será ver expuestas esas obras en el MALI, pronto.