Este fin de semana leí dos entrevistas al flamante ministro de Cultura y quedé preocupado con respecto al MUNA.,Fui de los primeros en criticar la construcción del Museo Nacional de Arqueología (MUNA) en Pachacámac. Pero la obra se aprobó contra viento y marea, y ahora debemos reconocer que será la única edificación de importancia que se podrá inaugurar en el marco de las celebraciones del Bicentenario de la Independencia. También es cierto que la arqueología peruana se lo merece. No sólo nos otorga cada año una buena dosis de identidad nacional con sus descubrimientos e investigaciones. La arqueología también es la columna vertebral del desarrollo turístico en el Perú: Machu Picchu, los Geoglifos de Palpa y Nasca, Cusco, Pachacámac, Kuélap y todo el Circuito Moche son algunos ejemplos de su importancia. De ahí que resulta simbólico comprobar que para el Bicentenario el Perú podrá contar con un museo monumental sólo comparable con el Museo Nacional de Antropología de México. Pero este fin de semana leí dos entrevistas al flamante ministro de Cultura y quedé preocupado con respecto al MUNA. Alejandro Neyra reconoce el avance de las obras y la inminente implementación de su museología y museografía. Sin embargo, la gestión de su antecesor dejó muchas dudas que circulan en los pasillos del MINCU y de los que sólo se hablan en voz baja. Neyra sostiene que “no se tocará material de ningún museo”, cuando es un secreto a voces la existencia de miles de finas piezas textiles, cerámicas y metalúrgicas que siguen hacinadas en otros museos y que por fin tendrían un buen espacio en el MUNA para su investigación y conservación. Lo peor es que Neyra también le cambió de nombre al MUNA: Ahora afirma que será un “museo nacional” y no pude evitar recordar el mamarrachento Museo de la Nación que se instaló en los ambientes del ministerio de Pesquería sólo por capricho del entonces presidente Alan García.