La semana pasada comentábamos sobre la inesperada sobrevivencia del presidente Kuczynski a la moción de vacancia presidencial, donde la actuación de Kenji Fujimori resultó clave, y preveíamos “un indulto humanitario, previo informe de una junta médica calificada, en un plazo no muy lejano, escenario anunciado más de una vez por el presidente”. Después del 21 se abría la posibilidad de una recomposición de fuerzas en el Congreso que le diera cierto aire al poder ejecutivo, al terminar la mayoría absoluta de FP; esto implicaba aislar a los sectores más “termocéfalos” que votaron por la vacancia, y construir una mayoría recuperando una iniciativa política reformista, sobre la base de un gabinete basado en figuras con trayectoria y peso político propio. Esto implicaba también, en un plazo razonable, un indulto humanitario que resultara inobjetable en su justificación y procedimientos. Lo que no esperábamos era que el indulto llegara el día 24, de la manera torpe en la que ocurrió, que incineró la legitimidad que podría haber tenido. No concebíamos que fuera posible que un presidente dijera el día 20 que tenía que ser más confrontacional con el fujimorismo para luego ofrendarle su destino el día 24; que despertara a la movilización antifujimorista, su apoyo en casos de emergencia, para luego convertirse en su enemigo; que armara su defensa recurriendo a personajes de clara filiación antifujimorista como Alberto Borea o Pedro Cateriano, para inmediatamente después ganarse su desprecio; que implementara un “indulto express” en una operación no solo encubierta sino que también incluía maniobras distractivas (como las del Ministerio de Justicia); que desautorizara tan groseramente a la Presidenta del Consejo de Ministros y al vocero de la bancada parlamentaria que negaron explícitamente la negociación del indulto. Que hiciera todo ello precisamente después de haberse defendido de la moción de vacancia denunciando el apresuramiento, la falta de transparencia y la violación al debido proceso. Que confirmara a ojos de muchos que mintió cuando acababan de acusarlo de haber mentido en su relación con Odebrecht. Que actuara sin mayores escrúpulos precisamente cuando se acababa de librar de una vacancia por incapacidad moral. Quienes piensan que este indulto podría funcionar se basan en tres premisas, todas cuestionables. Primero, que una abrumadora mayoría del país apoyaría el indulto, basándose en encuestas de opinión previas. El problema es que la forma en que se dio mella seriamente la presentación del indulto como un medio de “reconciliación”, para ser visto como una negociación burda para salvar a un presidente con rabo de paja. Segundo, que la respuesta contraria no será a la larga significativa: no parece sabio jugar con fuego, mucho más siendo un presidente tan débil. Y tercero, que a partir de ahora el fujimorismo será liderado por Alberto, y que se comportará más “cooperativamente”. Si bien Keiko ha quedado ciertamente muy golpeada, no me la imagino como una niña pequeña bajando la cabeza y yendo al rincón de los castigos después de los regaños de su padre, junto a su mototaxi. Tampoco me imagino a Kenji como un candidato presidencial viable, ni a un fujimorismo abiertamente roto. Después de una negociación y un acomodo, emergerá nuevamente con sus mismos intereses: ganar el 2021, para lo cual resulta imprescindible salir bien librados de las investigaciones de casos de corrupción, y no ser asociados con un gobierno impopular, desprestigiado, sin credibilidad. Los problemas no se han resuelto, pasamos apenas por el ojo del huracán.