Si solo se ve la política peruana día a día todo cambia, para que nada cambie. Una vocación por el espectáculo ha sustituido a la verdad, al bien y a la justicia. Esta última semana, de lunes a viernes, otorgaron prisión preventiva a cuatro empresarios, citaron a la esposa del presidente a una comisión investigadora al Congreso y allanaron dos locales del partido Fuerza Popular. Cualquier ser ajeno al quehacer peruano diría que este es un país donde se combate la corrupción con firmeza y muy alta velocidad. Nada más falso. La prisión preventiva de los empresarios tiene tantos vicios de forma que solo una corte de apelación aterrada, por la distorsión de un pueblo al que le gusta la sangre, no la declararía nula. La esposa del presidente no tiene nada que contarles a los congresistas y recibir fondos de campaña, de la fuente que sea –incluida la fantasma– es un acto ilícito, pero no es delito. Los casos durarán años, se caerán y la única sanción será –para los más impopulares– estar 18 meses en cárcel sin juicio. ¿Eso es la justicia? No creo. Pero esa es la más común. Solo momentos históricos extraordinarios, como el proceso Fujimori-Montesinos o los juicios al terrorismo, permitieron verle la verdadera cara a la justicia. Pero lo extraordinario no es la norma. A pesar de todos los escándalos y escandaletes, el 2018 no será un mal año. Juzguen ustedes el calendario fijo. En enero viene el Papa. De enero a marzo el Congreso entra en receso. De abril a junio tenemos la gira preparatoria al mundial y en junio a julio, la copa mundial de fútbol. En agosto arrancan las campañas para las elecciones regionales y municipales que culminan en octubre. La tensión se desplazará a otros asuntos, aun cuando los pleitos del fujimorismo (los internos y los que sostiene con el gobierno) continúen, así como prosigan las investigaciones del caso Lava Jato. Si el presidente fuera un buen político, el calendario 2018 jugaría a su favor. Los economistas creen que el Perú crecerá al menos en 4% después de un mal año 2017 y el cobre no deja de subir su precio justamente cuando Las Bambas y la ampliación de Cerro Verde ya están en operación. Sin embargo, el presidente no es un buen político. No le gusta la confrontación, a la que le huye hasta en momentos en donde podría capitalizar a su favor. En ese escenario –que es el planteado por la oposición fujimorista– juega mal. Y lo seguirá haciendo igual de mal. ¿Por qué? Por la misma razón que el burro, con el tiempo, no mejora a caballo. Cada cual con su propia naturaleza. La ventaja del presidente es que se enfrenta a una oposición inmensa pero muy torpe. Como esta ya no puede censurar gabinetes, ahora se desplaza al Ministerio Público y al Tribunal Constitucional. El tono matonesco, el pobre nivel académico, la victimización y, a veces, la ignorancia cantinflesca lejos de asustar terminan dejando en ridículo al fujimorismo y sus ocasionales aliados. Sin embargo, el espectáculo despierta toda clase de temores. ¿Acabará este gobierno sin un golpe o una vacancia? ¿Encontrarán una excusa para declarar a Kuczynski incapaz moral? ¿Tendrán los votos? Tal vez, lo peor de todo no sea un golpe en ciernes, disfrazado de vacancia o un día a día de enloquecidas novedades. Lo peor de todo es que los objetivos nunca están del todo claros. ¿Qué quiere Keiko Fujimori? ¿Ser presidenta? ¿Ahora o el 2021? ¿Quiere el indulto de su padre? ¿Qué busca? Parece que ni ella misma lo sabe. Sus cada vez más dosificadas apariciones presentan a una mujer molesta, con el ceño fruncido, que no responde preguntas y que suelta amenazas. Algunas mentiras gruesas y fácilmente comprobables, también. La fiscalía tampoco parece saber lo que quiere. No sería difícil, si es que de lo que se trata es de encontrar la verdad y perseguir el delito. Pero si el único objetivo es que algunos fiscales demuestren una proactividad inusual que no tuvieron en un año, vamos muy mal. El uso de las prisiones preventivas como espectáculo de ajusticiamiento va a acabar pésimo. No solo para quienes las sufren hoy injustamente (los Humala van a cumplir 5 meses sin ser siquiera acusados y por un asunto que no es delito) sino para la propia institución. Cuando pase el frenesí del linchamiento, porque pasará, la prisión preventiva quedará tan estigmatizada que ya no podrá usarse cuando verdaderamente se necesite, como la ley manda. Mientras que estemos sometidos al capricho no se alegren de ver preso al enemigo porque el próximo puede ser el amigo. Si no, pregunten a los fujimoristas.