Un efecto coyuntural que debería tener el caso Odebrecht es calmar las guerras políticas que vienen de 2016-2017. No solo porque, según los pronósticos más lanzados, la mayoría de nuestros principales políticos podría terminar en el mismo bote. Sino también porque por el camino los políticos vienen descubriendo algunos peligros comunes. Una posibilidad cada vez más mencionada es un vuelco de la opinión electoral hacia la búsqueda de nuevas opciones, desde cucos de la extrema derecha hasta cucos del nacionalismo radical extremo. Las encuestas no anuncian nada parecido, pero precisamente los vuelcos suelen ser súbitos e inesperados. Como ya se vio en otros años. Para las principales agrupaciones políticas la mejor defensa es colectiva: evitar los ríos revueltos que favorecen a los que esperan reemplazarlos desde los márgenes del sistema, lo cual significa llevar la fiesta en relativa paz. Algo de eso se ha entendido, pero todavía no estamos realmente allí, como lo ha sugerido la CADE de esta semana. Es cierto que frente a los peligros de Odebrecht y otros casos de la temporada, cada agrupación y cada político en última instancia baila con su propio pañuelo. Pero aparecer batallando y acusándose mutuamente no ayuda a ninguno de ellos. Sobre todo en el mundo de las imágenes públicas, donde no siempre es sencillo distinguir apariencia de verdad. La manera en que los miembros del sistema judicial (a los que se suele atribuir partidarismo político) han mostrado un espíritu de cuerpo frente a los ataques es, en cierto modo, una lección. Sin duda discrepar es una de las funciones de los parlamentarios, pero hay relativo consenso respecto de que muchos se exceden en ese celo. Ciertamente no se trata de hacer cargamontón para evitar el avance del caso Odebrecht y sus efectos en la política. Sino de evitar que su daño al país vaya más allá de lo que corresponde a un escándalo corruptivo, no importa su magnitud. Una forma de lograrlo es moderando el lenguaje de la polémica y limitando las emboscadas a lo indispensable. Para esto no se necesita acuerdos ni pactos. Basta con los buenos modales democráticos, la moderación en el estilo polémico y mucho cálculo respecto de las consecuencias de cada iniciativa política.