Hace unos días, Gisella Orjeda, ex presidenta de Concytec, expresaba en las redes sociales su preocupación por el poco avance de la enseñanza del inglés en nuestro país. De inmediato recordé mi desastrosa experiencia con el inglés en mi escuela que, siendo privada y que con duras penas podían pagar mis padres, la enseñanza del idioma no pasaba de pollo=chicken y lapicero=pen. Era imposible para un subalterno de la policía (todavía lo es para muchos padres peruanos) pagar un colegio bilingüe, pero uno de verdad. No de esos que siguen estafando con el cuento de enseñar inglés. Coincidentemente, fui invitada a la presentación del índice de Dominio de Inglés–EPI (wwwef.com/epi), un estudio anual que resulta ser el único indicador mundial del dominio del inglés entre la población que no lo tiene como lengua materna. Para los peruanos, los resultados dan vergüenza, solo podemos mantener una pequeña conversación básica o redactar un email. Perú se ubica en el puesto 50 de 80 países, descendiendo 5 posiciones respecto al 2016 y está entre los que tienen el nivel más bajo de inglés. En Latinoamérica estamos en el noveno lugar después de Argentina, Costa Rica, Uruguay, México, Chile, Cuba y Panamá. El gran escollo para el aprendizaje del inglés en el Perú es la política. Tres ministros de educación en lo que va del gobierno resulta un serio obstáculo en el avance de cualquier programa educativo, como los que promueven la enseñanza del idioma. No hay una evaluación seria y amplia sobre el nivel de los maestros que “enseñan” inglés, menos capacitación para ellos, solo esfuerzos aislados de algunas instituciones privadas como Education First (es la que conozco, debe haber más) pero que no pueden suplir el papel del Estado. Dominar el inglés no es sinónimo de “colonialismo cultural” como algunos trasnochados me han dicho. Por lo contrario, está demostrado que permite acceder a mejores puestos de trabajo y buena calidad de vida. También eleva el desarrollo social, la innovación y la investigación científica. Lo que nos falta es voluntad política.