No me pierdo un artículo de Carmen McEvoy en El Comercio. Admiro su capacidad de ubicarnos en el gran río de la Historia del Perú. A menudo tomo notas mentales de lecturas que recomienda, como Lorenzo de Vidaurre o Mariano de Rivera en su último texto: “Trascender la inmediatez”. Cada vez que la leo, he aprendido algo, conozco un poco mejor a nuestro país y le encuentro más sentido a la sociedad en que vivimos, con sus inmensas dificultades. En suma, le estoy agradecido. No obstante, en esta ocasión voy a discrepar con su postura respecto de las redes sociales. Dice la historiadora en el citado artículo del sábado 21 de octubre: “Como muchos de los que decidimos desconectarnos de las redes sociales, creo que el mundo no se acaba con esa determinación, sino que se ensancha y profundiza. Porque romper con la inmediatez libera un tiempo precioso para leer, escuchar música y pensar, otorgando una paz mental para ver la vida en toda su complejidad y belleza”. Es una decisión respetable, claro está. Lo que no es seguro es que interactuar en las redes sociales necesariamente impida practicar actividades espirituales como las que ella enumera. Se puede leer a Riva Agüero o Bolaño y frecuentar el Twitter. Escuchar a Mahler o Coltrane y entrar a Instagram. Me consta que muchos lo hacen. Esa “cultura de la inmediatez, el ensimismamiento tecnológico y la ignorancia supina que hoy nos agobia y degrada como sociedad” no es nueva. La educación pública peruana es un desastre secular, Carmen McEvoy lo sabe mejor que yo. Las redes la han visibilizado. Esos legisladores patéticos, cuyos mensajes nos avergüenzan a diario, no han sido engendrados por las redes: es nuestro sistema político y educativo. Vaya que necesitamos unas élites de otro cuño. Pero es un error imaginar que Beteta o Becerril van a cultivarse y conocer la historia peruana porque dejen el Twitter o Facebook. Si me permiten una metáfora inspirada en el prófugo ex presidente Toledo: no son las redes las que han producido esos pescados. Por cierto, a diario se leen y observan intercambios de una banalidad que consterna. Proliferan los insultos y escasean los argumentos. Pero también se accede, en esa inmediatez tecnológica, a información valiosa en tiempo real. Hay enlaces enriquecedores de carácter global y reflexiones agudas, incluso en 140 caracteres. Se convoca a experiencias ciudadanas a una velocidad pasmosa. Hay que separar el grano de la paja, sin duda, y esta puede ser una tarea abrumadora. En mi experiencia, vale la pena. Incluso ponerse en contacto con las pulsiones más destructivas y narcisistas de nuestra sociedad, me concierne aunque me deprima. Es también una manera de conocer el país y el mundo en el que vivimos. Por último, gracias a las redes entro en contacto con el humor y la irreverencia de una juventud cuya vitalidad e inteligencia son esenciales para el desarrollo del Perú.