Si no es por mi amigo Pablo, ni me entero. Y es que Pablo tiene la retorcida costumbre de revisar diariamente la web de ACI Prensa, la agencia católica de informaciones que fundaron los sodálites Alfredo Garland y Virgilio Levaggi, y que actualmente dirige Alejandro Bermúdez. Bueno. Pues resulta que Bermúdez, uno de los sodálites más lenguaraces y connotados de la organización que creó Luis Fernando Figari a su imagen y semejanza, todos los días deposita un podcast sobre algún tema que le llama la atención. El papa. La fe. Los homosexuales. El matrimonio. La virgen María. El ateísmo. La iglesia católica. Los ángeles. El infierno. Ateos y agnósticos. Y en ese plan. Y qué creen. Pablo, quien siempre ríe a mandíbula batiente con las explicaciones dogmatizantes y radicales de Bermúdez, me envía uno que hizo el temperamental sodálite sobre la serie televisiva Juego de Tronos, o Game of Thrones (GOT), que propala la cadena HBO. Y el podcast, qué quieren que les diga, no tiene desperdicio. Y es involuntariamente hilarante. La pregunta que da pie a las reflexiones de Alejandro Bermúdez es la siguiente: “¿Es correcto que un católico se entretenga viendo GOT?”. Y su respuesta es rotunda. “La serie es una basura”, dice. Y lo repite como una letanía. “No hay mucho que filosofar sobre GOT”, añade. Y suelta “como dato anecdótico” un inesperado apunte: “Hay que señalar que cada domingo que se estrena un episodio de GOT, el tráfico en la página pornográfica más importante de los Estados Unidos, desciende entre 6 y 8 por ciento. Y ello ocurre cuando están dando GOT”. Figúrense el símil. Por cierto, no cita la fuente de dónde ha sacado esta particular y curiosa cuestión, como si ello no fuese relevante. Porque para Bermúdez la cosa está reclara. Juego de Tronos es una serie de género pornográfico, poco edificante y preñada de antivalores. Es más. Según el sodálite de ACI Prensa, “Ni siquiera vale la pena discutir (sobre ella). El católico no debe verla. Y punto”. Palabras más, palabras menos, esto es lo que piensa uno de los principales predicadores del Sodalitium sobre el relato concebido por George R. R. Martin. Desde su “perspectiva católica”, el cristiano debe guiarse por la virtud de la “eutrapelia”, que, según Bermúdez, es la condición que debe orientar hacia la sana diversión, aquella que no te aleja de la vida cristiana, y que, además, escoge el entretenimiento que contiene valores. O algo así. Para el director de ACI Prensa, la historia de Juego de Tronos, que habla sobre el poder, sobre quiénes lo desean, por qué lo desean, cómo lo consiguen, qué hacen con él o qué precio pagan por ello, “no es edificante”. Es, si no quedó claro, “basura”. Es algo que solo los “católicos tibios” (como llama a los cristianos que van a misa, pero que no se pierden los capítulos de GOT) y los paganos ven. Curioso punto de vista. Por lo jacobino, inflexible y sectario. No deja de sorprender, por lo demás, el rigorismo extremo para juzgar una serie sofisticada y pulcra, como Juego de Tronos. Sí, tal vez hay un poquito de sexo, algunos dragones y unos cuantos zombis en la saga, como aderezo. Pero a ver. El mundo de Martin es bastante real, fuera de que está basado en referencias históricas, como la Guerra de las Dos Rosas entre las casas de Lancaster y York por el trono de Inglaterra en el siglo XV. Es mucho más real y aleccionador que El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien o que Las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis, si me preguntan. Acá la cuestión de fondo es: ¿quién debería gobernar en el Trono de Hierro? O ¿quién ganará la guerra por los siete reinos? Pero claro. También la fantasía entra al cuento. Como en la biblia de los cristianos. Y en ella también hay juegos de tronos, choques de reyes, tormentas de espadas, festines de cuervos y danzas de dragones. Porque de eso está hecha la literatura, de la cual se alimenta la serie televisiva GOT. No obstante, para Bermúdez la literatura pareciera ser pecaminosa. Y hasta demoníaca. Da risa, por un lado, semejante oscurantismo ideológico. Pero, por otro, apena constatar cómo un cuerpo de ideas cerradas sobre sí mismas, que pretende proyectarse como un racionamiento lógico, es, en verdad, pura religión. Pero religión de la peor especie. De la talibánica. De la que te robotiza. De la que te atonta y te aletarga. Y te uniformiza. Exonerándote de la incomodidad de dudar y de elegir.